lunes, 28 de junio de 2010

Adiós.

Dice Sabina en una de sus canciones "¿Cómo pudo esto sucederme a mí?". Pues bien, ahora mismo me estoy haciendo yo esa misma pregunta. No sé cómo, no sé qué hice tan mal, no sé por qué me merecía esto. No sé nada. Sólo sé que al darme dos besos hace menos de media hora, he sentido que se iba de mi vida para siempre. Y me he querido morir allí mismo. Me he sentido fatal.

Después de tantas risas y llantos juntas, después de tantas conversaciones y problemas que hemos intentado solucionar, después de casi dos años luchando porque esta amistad saliera adelante, después de que hayas sido uno de mis apoyos más importantes en los malos momentos, después de que te perdonara que no estuvieses ahi cuando nuevamente te necesité, después de habernos emborrachado juntas infinitas veces cuando salíamos de fiesta, después de haber observado mutuamente y en silencio nuestros cambios, después de haber pasado tardes y tardes viendo películas, después de habernos reído de la gente y del mundo, después de haber alborotado a media residencia cantando canciones de Grease y bailándolas subidas en mi cama, después de habernos regalado mutuamente tantos momentos de felicidad infinita e indescriptible... Después de todo, ya no hay nada.

Otro golpe más en mi vida. Otro nuevo adiós, que debería serme indiferente pero que me duele mucho más de lo que cabía esperar. Se ha ido, y con ella se ha llevado otro trocito de mi corazón, otro pedacito más que he perdido por el camino de la vida. Siento que sin ella, realmente siempre me faltará algo, nunca seré completamente feliz. Estoy empezando a pensar que pongo demasiado corazón en todo lo que hago. Quizá no debería arriesgar tanto, porque después me destrozan.

Es cierto que me ha hecho mucho daño (queriendo o sin querer) pero también me ha regalado algunos de mis mejores momentos desde que llegué aquí. Me muero de la tristeza al recordar cada momento. Me siento tan vacía de repente... No sé que hacer. ¿Me seco las lágrimas, levanto la cabeza y digo (una vez más) que estoy bien? No puedo. Pero sé que tampoco puedo quedarme aquí, sentada, llorando por no haber sabido arreglarlo una vez más. Siempre yo, siempre yo arreglándolo. Siempre. Para nada. Al final esto ha terminado de la peor forma posible y supongo que siempre me culparé por ello.

Quizás a ella no le importe. Quizás yo no sea nada importante en su vida. De hecho, no debo serlo porque le ha costado muy poco trabajo dejarme de lado, echarme de su vida. Eso me hace sentir aún peor. Pero yo soy como soy. Una completa imbécil. Y la sigo queriendo. A pesar de que sea una niñata inmadura. Me da igual.

Da igual todo, en verdad. Últimamente los golpes no paran de llegar hasta mí. Pero seguiré luchando por superarlos, aunque haya momentos como ahora en los que me sienta fatal.

jueves, 24 de junio de 2010

Voy a por todas.

Noche de San Juan. Noche mágica. Mentira. No lo es. Para mí no. Quizás sí lo sea para todos aquellos que han terminado sus exámenes y estén ya de vacaciones. No es mi caso. Yo estaré hasta altas horas de la mañana sin dormir y sin parar de estudiar ni un sólo segundo cuando apague dentro de unos minutos el ordenador.

Estoy muy frustrada. Estoy muy cansada física y psicológicamente. Así no se puede más. Me estoy dando cuenta de que no puedo dar más de mí, de que estoy harta de todo y de que todo me salga mal. No sé qué he hecho para merecer todo lo que me está pasando, pero debe de ser algo muy malo. Porque el castigo me está destrozando poco a poco. Si ya recibí varios golpes duros y despiadados el verano pasado, en estos últimos meses la situación me está recordando a aquellos fatídicos meses. ¿Cuántas veces he repetido que no quiero volver a aquello? Muchísimas. Miles. Para nada. Me siento como entonces.

Esta vez es algo distinto. Tengo a más gente pendiente de mí, apoyándome, animándome, dándome todo su cariño y apostando por mí. ¿Por qué? ¿Por qué hay gente que confía de esa manera en mí, que tira de mí hacia arriba para evitar que me ahogue en mis propios pensamientos? Es increíble. Pero, sin embargo, no me hallo. no sé que hacer. Estoy volviéndome loca completamente.

Puedo intentar explicarlo. Lo que siento es la pesada y asfixiante decepción de haber luchado incansablemente por algo y no obtener el resultado esperado. Es esa sensación de haberlo dado todo, de haberte olvidado incluso de tí misma con tal de dedicar el máximo de tiempo a una cosa, aunque te estés muriendo del cansancio y la apatía, y no haber logrado nada. Creo que estoy en un punto muerto. No avanzo. No veo el camino. Sé lo que tengo que hacer, pero me siento pequeña, insignificante, estúpida e incapaz. Da igual lo que los demás digan, porque yo me conozco y estoy sufriendo al ser consciente de lo estúpida que fui al pensar que podía con todo y con más, al convencerme de que superaría con creces mis expectativas.

Jamás en mi vida he luchado por nada, hasta ahora. Lo que estoy haciendo me ha costado mucho tiempo, muchos amigos y conocidos, mucho sacrificio. Y está siendo para nada. No puedo estar más decepcionada conmigo misma. Creía que valía más, que podía hacerlo. Que si ponía todo mi corazón en ello, lo lograría. Pero no. Siempre pasa algo que me hace sentir así. Y no sé que hacer. Me he perdido algo y no entiendo nada. No entiendo por qué a mí no me puede tocar un poquito de suerte, un poquito nada más, lo justo para poder superar esto un poco. Y aún queda lo peor.

8 es a partir de hoy un número horrible. Es el número que puede lapidar mi verano y mis tan merecidas vacaciones. Parece ser que no merezco nada, ni tan siquiera un descanso. Estoy harta. No puedo más. Me esfuerzo mil veces más que algunas personas y éstas consiguen sacar esto adelante y yo no. ¿Por qué? Creo que me lo merezco, que merezco una alegría de vez en cuando. Que necesito un empujoncito de ánimo con algún p*** aprobado. Ya vale de que todo el mundo tenga suerte menos yo, ¿no? Pero es que no dejo de preguntarme ¿por qué?

Me siento tan mal conmigo misma, que no dejo de machacarme psicológicamente. Yo misma me castigo. No hace falta que nadie más me diga nada. Ya estoy suficientemente apaleada. Si por mí fuera, ahora mismo pasaba de hacer más exámenes, lo mandaría todo al carajo y me tiraba en una cama a dejarme morir...

Pero hay más. Mucho más. Hay mil cosas por las que seguir luchando y una de ellas es esta mierda que me está ahogando ahora mismo. Quiero conseguirlo. La gente puede, ¿por qué yo no? Claro que puedo. Ya vale de mala suerte. Mi suerte la decido YO. Simplemente me he equivocado. No dejo de equivocarme. Y estoy cansada de tropezar siempre con piedras que se ven a mil kilómetros a la redonda. Se acabó.

Esta noche me estudio todos los temas de Oceanografía Química aunque me muera del aburrimiento, del cansancio, del dolor de cabeza, de la apatía, del asco, de la decepción, de lo que sea. Ya estoy harta de jugármelo todo al caballo equivocado. Voy a apostar por mí. Lo voy a conseguir. Y si no es ahora, en septiembre será. Porque puedo. Porque de verdad quiero lograrlo. Porque está siendo el primer reto de mi vida. Porque me veo capacitada para ello.

Voy a por todas.

domingo, 20 de junio de 2010

Pesadillas.

Voy caminando calle abajo, de vuelta a casa. Miro hacia atrás. La gente sigue de fiesta allá lejos, en la feria de mi pueblo. Se ven las luces contrastando con la negrura absoluta del cielo.

No hay nadie en la calle y una repentina brisa me produce un escalofrío. Tengo un mal presentimiento. Algo no va bien. Vuelvo a mirar atrás. Nada. Silencio absoluto. Las luces de fondo. Nada más.

Y sin embargo... sin embargo tengo la sensación de que una sombra me persigue. Algo o alguien va detrás de mí y me sigue muy de cerca. Estoy nerviosa. Comienzo a andar más rápido, con la vana esperanza de que así no me alcanzará. Tonta de mí. Esa sombra también acelera su persecución, sin atreverse a adelantarme nunca, claro.

Llego por fin a mi calle, temblando. El portal de mi bloque está abierto. Eso es en realidad algo raro pero, dado mi estado de nervios y ansiedad, entro. Subo las escaleras con más miedo aún. No sé por qué, pero siento que la muerte me acecha inexorablemente.

Abro nerviosamente la puerta. Entro y cierro en seguida, intentando evitar que esa "cosa" que me persigue no entre conmigo.

Después de cerrar la puerta, suspiro aliviada. Me siento segura. Sin embargo, al estar unos segundos en casa, comprendo que no estoy a salvo. La angustia sigue atenazando mi corazón. A estas alturas, ya empiezo a desesperarme de verdad. El salón se me antoja vacío y demasiado sombrío. Paso de largo y avanzo por el silencioso pasillo hacia mi habitación.

Instintivamente, dirijo la mirada hacia la puerta de la habitación de mis padres... Y veo una sonrisa muy grande y de dientes muy blancos en la penumbra. Siento ganas de gritar y me tapo la boca con las manos. Cierro los ojos sólo un segundo, asustada. Pero cuando los abro de nuevo, ya no está ahí.

Doy la vuelta y entro en mi habitación. Me cambio de ropa y me pongo el pijama para acostarme cómodamente. Una vez estoy en la cama, tapada (pues hacía frío), miro hacia el cuarto de baño. Desde mi habitación se puede ver la bañera, con sus cortinas entreabiertas. Y de nuevo observo como algo o alguien me sonríe de manera fría, burlona, desagradable. Me tapo la cabeza con las mantas y cierro los ojos fuertemente.

Intento dormir, pero no puedo. Es imposible. Me incorporo en la cama y me llevo la mano a la cabeza. Duele. Nuevamente me siento observada. Tengo mucho miedo. Miro hacia la cama de al lado. Mi hermana no está, lo que significa que me encuentro totalmente sola. Tengo una sensación de soledad angustiosa, asfixiante, agobiante. No sabría explicar exactamente cómo, pero sé que aunque grite, nadie me escuchará. De repente soy consciente de que estoy completamente sola en el mundo. ¿Qué hago? Me están observando, esperan a que haga algo. Pero no sé el qué. La angustia, el miedo, la pena, el pánico, la soledad, el agobio, la desolación... me hacen salir de la cama, levantar la persiana, subirme al alféizar y prepararme para saltar.

Desde allí observo, como tantas otras noches, los tejados de los edificios de alrededor. Miro hacia abajo. Vivo en un primer piso. Entonces la caída no será larga, será corta y contundente. Mortal. Perfecta.

Salto.

Me precipito al vacío a una velocidad impresionante, oyendo de lejos un tren pasar sobre el puente, sintiendo el viento congelado azotarme la cara sin piedad, notando como mi cuerpo se deja precipitar como una carga pesada. Sigo cayendo. Estoy tardando mucho en percibir el golpe mortal. Abro los ojos. Estoy frente a mi ventana, en posición horizontal. A mi alrededor todo se mueve verticalmente. Tengo la sensación de gravedad, de caída libre, veo que estoy precipitándome, pero no consigo llegar al suelo. ¿Por qué incluso mi muerte debe ser angustiosa? Quiero morir. No quiero estar sola, es algo insoportable. No quiero vivir. Estoy sola. Por favor. Quiero morir. Quiero morir ya.

No toco fondo. Sigo cayendo.

Pero justo cuando voy a llegar, despierto con gran dolor de cabeza, sobresaltada y aún temblando, con la respiración entrecortada.


Llevo teniendo esta pesadilla desde que era muy muy pequeña (con 8 ó 9 años, creo recordar). No sé que significa, pero nunca he dejado de tenerla. No estoy segura, pero hay algunas cosas que quizás sí pueda explicar desde su origen. Por ejemplo, lo de saltar por la ventana, puede deberse a mi infantil obsesión por volar.

Sin embargo, no entiendo lo de esa sensación tan horrible e insoportable de soledad. Pero es horroroso, en serio.

Si alguien entiende de estas cosas, que me lo explique, por favor. Gracias.

viernes, 18 de junio de 2010

Naturalezas.

Hace apenas unos segundos estaba viendo un video en Youtube. No era un videoclip de una canción ni un tráiler de una película ni un capítulo de ninguna serie. Estaba escuchando una canción de Alejandro Sanz (concretamente la de "Si hay Dios", del disco "Más") y me ha llamado la atención un enlace a otro video. Ponía que era también la misma canción, así que he curioseado. Y me he encontrado ante un vídeo hecho con secuencias de una película llamada "Shelter" (en español significa "refugio"). Por supuesto, he visto el video por si me interesaba la película y me ha sorprendido ver que la película trataba la historia de dos chicos surferos que (según el video) acaban enamorándose. Era una historia bonita, según parecía. Después he visto otro enlace con otro video interesante. Esta vez sí conocía la película sobre la que estaba hecho el video: Brokeback Mountain. Aún no la he visto, pero me muero por hacerlo porque sale mi amado Heath Ledger (Rest In Peace... T_T). La cuestión es que tanto un video como otro, mueven algo dentro de mí.

La homosexualidad es algo que algunos, aún estando en pleno siglo XXI, no aceptan a día de hoy. Me parece fatal. Explicaré mis opiniones por partes.

En primer lugar, no creo que lo de ser homosexual se deba tomar como una moda, es decir, como una tendencia que debiera o debiese seguir todo el mundo asñi, de repente, sin más. Eso es algo que me resulta insultante en el sentido de que hace de esta característica algo que no se tome en serio. Uno/a no puede decir un día "Soy homosexual", y al día siguiente decir "Lo he pensado mejor y creo que me equivoqué y realmente soy heterosexual". Explicaré mi opinión sobre por qué pasa esto más adelante.

En segundo lugar, opino que eso de estar orgulloso de ser homosexual es otra bobada. Para mí, es algo parecido a decir "Sí, tengo los ojos azules y estoy orgullosa". Pues no, no tiene sentido. Es parte de la naturaleza de cada persona. Cada uno es como es y no hay que estar especialmente orgulloso de una de nuestras características en concreto. Vale, uno siempre debería estar orgulloso de sí mismo, de hecho es una señal de autoestima. Pero otra cosa muy distinta es ir gritándolo por ahí, eso me parece excesivo a parte de fuera de lugar.

En tercer lugar, eso de que "Gay/lesbiana se nace, no se hace" creo que es mentira. Señores, somos ya mayorcitos la mayoría para decir semejantes bobadas. Las personas somos al fin y al cabo animales, lo único que nos diferencia de los demás animales son los sentimientos y la razón. Y es eso, precisamente, lo que yo pienso que determina nuestras tendencias sexuales. Me explico. Desde el comienzo de los tiempos, todos sabemos que para que perdure una especie, es necesaria la unión sexual entre un hombre y una mujer. Sin embargo, a lo largo del tiempo hemos ido evolucionando, y con nosotros nuestra razón, nuestra forma de ver las cosas, nuestros propios sentimientos. Al ser necesario que hubiese ese tipo de unión entre ambos sexos, siempre se nos ha enseñado que las relaciones más íntimas deben darse entre un hombre y una mujer, es decir, es entre ellos donde deben anidar los sentimientos más profundos. Pero el ser humano es un ser de razonamiento inestable, de libre albeldrío (dentro de lo que cabe, claro), y por eso ha cambiado mucho su forma de ver el mundo que le rodea y los seres que le rodean. Entre miembros del mismo sexo sí se puede establecer una relación sentimental más fuerte que ninguna otra, más intensa que lo que hubiésemos podido imaginar. Las personas del mismo sexo se pueden amar perfectamente. Entonces ¿por qué imponer restricciones a este amor? Normalmente, las personas que piensan que estas relaciones no deberían permitirse o que no son "puras" o "correctas", son personas que se han educado en un ambiente estricto y hostil en cuanto a la libertad de expresión se refiere. La libertad de expresión es algo increíblemente importante. Yo personalmente considero que es algo que jamás se le debería negar a nadie. En los casos en los que esta libertad de expresión dañe física o psicológicamente a alguien, entiendo que quizás debería limitarse. Pero, por ejemplo, si hay dos chicas besándose apasionadamente en una discoteca, creo que no deberían ser observadas con cara de asco por nadie. Absolutamente por nadie. Y no por nada, sino porque seguro que si fueran un chico y una chica no pasaría nada. ¿Por qué al ser dos personas del mismo sexo la situación cambia? Me niego a sujetarme a esta tela de araña que la sociedad de otros tiempos ha ido tejiendo hasta la actualidad. Si estoy completamente enamorada de una chica, ¿por qué no puedo tener un gesto de amor con ella y besarla? No me parece justo. ¿Por qué tendría que esconderme? ¿Por qué daría mil vueltas a la cabeza hasta decidir cómo decírselo a mis padres? ¿Acaso no soy libre para amar? Son preguntas que muchas veces me planteo.

Por último, sé que alguna gente que lea esto puede estar pensando "Pero, ¿tú eres lesbiana?". Por favor, no entremos a trapo a tonterías. Ya comentaba antes que explicaría por qué hay gente que un día es homosexual y otro es heterosexual. Lo haré. Mi explicación es que todos somos bisexuales. No se sorprenda, señor/a. Usted también lo es. Para explicarlo, me basaré en una frase de una película (Mentiras y Gordas) y para ello les pondré una escena (aviso que no recuerdo si era exactamente así):

Hay dos chicas en un baño y una de ellas (más mayor y experimentada) besa a la otra (menor en edad y algo confusa). Inmediatamente, la chica menor dice: "Oye, que yo no soy lesbiana, ¿eh?", a lo que la chica mayor responde, mirándola a los ojos: "Yo tampoco. A mí me gustan las personas".

¿Qué conclusiones sacan ustedes de esto? ¿Ninguna? Pues miren, yo saqué una conclusión clarísima: no me gustan los chicos, ni las chicas. Me gustan las personas. Creo que el sexo es algo totalmente independiente de la persona. ¿Acaso una chica por ser una chica no me puede gustar o atraer sexualmente? ¿Por qué? No veo el problema. La persona en sí es completamente independiente del sexo que acompaña a su espíritu. Es su esencia lo que nos enamora. El sexo, al igual que el cuerpo en sí, es una envoltura sin importancia. Y sí, supongo que hay pruebas científicas claras que demuestran que los hombres y las mujeres tenemos cerebros muy distintos y hormonas muy distintas. Muy bien. Eso para mí no cambia nada. Me siguen gustando las personas. Sean chicos o chicas. Me da igual. De hecho hay chicas que me resultan atractivas sexualmente ¿y qué? Tengo novio y soy feliz con él, pero, al igual que a él le atraeran sexualmente algunas chicas (aparte de mí), a mí me atraen también.

No es una cuestión de tendencia, ni de elección, sino de naturalezas.

Nada más que decir, al menos por hoy. Sólo destacar mis derechos y mi libertad si algún día deseo expresar mis sentimientos hacia alguien de mi mismo sexo en público. Quiero que el mundo sepa que creo que puedo hacerlo. Y lo haré si llega el momento. Y que no me avergonzaré en absoluto, pero tampoco estaré orgullosa. Estaré sencillamente feliz y libre.

martes, 15 de junio de 2010

Eso era amor.

Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
-¿Te gustan solos o con rimel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.

Ángel González. Eso era amor.



Se sentó en la cama, con las piernas entre cruzadas. Cogió la guitarra y acarició lentamente las cuerdas. Estaba ensimismado pensando sobre qué era el amor.

Y, ¿qué era el amor? Era algo tan indefinible, tan necesario, tan inevitable, tan loco, tan irresponsable, tan impredecible, tan difícil, tan hermoso, tan doloroso, tan mágico. Era lo más increíble que existía en el mundo. Y, sin embargo, él lo había dejado escapar.

Soltó la guitarra delicadamente a un lado de la cama y se echó sobre las suaves mantas.

¿Por qué tenía tanto miedo a aquello llamado amor? ¿Por qué había sido tan fácil dejarlo escapar y ahora echarlo tanto de menos? Echaba de menos su sonrisa, sus lágrimas de cristal, su fragilidad, su tacto, su olor, su ambiente, su aura, su amanecer... y lo había dejado escapar. Siempre podía volver a intentarlo, pero, probablemente, ella ya no estuviera ahí esperándole. Nada quedaba más que asumirlo. Era su cumpleaños. El año anterior había sido muy distinto. Ella estaba allí, muy cerca y a la vez muy lejos, pero estaba allí. Este año sólo quería que volviese a estar, aunque fuera lejos. Sólo deseaba, ansiaba verla. Aunque fuese a distancia. Se había asomado a la ventana a primera hora de la mañana, con la esperanza de verla caminando por la orilla, pensativa. Preciosa a su manera. Mística. Tan especial como siempre. Era como si estuviera siempre perdida, como si este mundo no fuese para ella y por eso creaba el suyo propio. Y era tan hermoso contemplarla cuando se metía en él... Había un aura especial que la rodeaba en aquellos momentos. Parecía un ángel. Un ángel.

Y ahora se había ido. Estaba ya con alguien que le aportaba todas esas cosas que él mismo no podía darle. En realidad se alegraba por ella, porque fuera feliz. Pero estaba muy celoso. ¿Realmente la amaba? ¿O era sólo un capricho más? No, no podía ser un capricho más, porque los caprichos se olvidan con el tiempo. Y él tenía muy presente cada momento vivido a su lado. Cada sonrisa suya y cada lágrima. Cada beso. Cada suspiro. Cada vez que se había abrazado a él como un naúfrago a su tabla.

Aunque tuviera a mil amigos rodeándole, la buscaba incesantemente con la mirada. La añoraba demasiado. Y quizás no lo merecía. Ella ya había encontrado un sustituto en su corazón. Ya no había nada que hacer.

Llamaban a la puerta. Sería algún colega de su compañero de piso, así que ¿para qué levantarse siquiera? Cuál fue su sorpresa cuando escuchó su nombre. Se incorporó bruscamente y se mareó. Tras recuperarse un poco, salió de su habitación y se encontró ante... Ante ella.

- Hola -dijo ella de manera tímida, agachando un poco la cabeza.

Estaba preciosa, increíble. Desde la puerta de su habitación podía oler su perfume. Estaba casi hipnotizado por sus pequeños ojos avellana, por sus labios sonrosados. Era ella. Simplemente.

- Hola, ¿qué tal?

¡Qué pregunta más estúpida! Estaban a punto de empezar los exámenes, ¿cómo iba a estar? Pues agobiada, obviamente. Pero entonces, ¿qué hacía allí? Cierto, habían quedado en verse. Después de tanto tiempo.

Su compañero de piso se retiró a su propia habitación, despidiéndose antes de ella.

- Bien, muy bien. Un poco agobiada y eso por los exámenes. Pero en general bien. Por cierto, felicidades.

Sonrió nerviosamente. Era difícil.

- Gracias -contestó él sonriendo despreocupadamente-. Pensaba que no te habías acordado.

- ¡Qué tonto! ¿Cómo lo iba a olvidar? -replicó ella riendo.

Él la invitó a entrar y cerró la puerta. Le ofreció algo de beber, pero ella no deseaba nada. Así que se encerraron en su cuarto.

El silencio era tenso. Ella no lo miraba a los ojos. Y él, que tanto había ansiado aquel momento, de repente no sabía qué hacer. Estaba muy nervioso, pero debía disimularlo.

Por su parte ella estaba aún más confusa. No sabía exactamente qué había ido a buscar allí. Llevaban siete meses sin estar juntos, a solas. Y ahora ella ya había rehecho su vida. Estaba feliz. Pero aquel día necesitaba estar con él. Era el mejor regalo que podía hacerle y, de alguna manera se sentía casi obligada a hacerlo. Le alarmó el hecho de sentir removerse muchas cosas en su interior, al ser consciente de cómo se le estaba acelerando el corazón. Decidió ignorarlo, pero le temblaban las manos. Mal, muy mal. No debía estar pasando aquello. No podía mirarlo a los ojos para que no se diera cuenta de el cúmulo de sentimientos que cruzaban por su mente... y por su corazón.

Por fin comenzaron a hablar de conocidos comunes, de clases, de experiencias vividas en el tiempo separados, de proyectos. Pero estos temas no iban a durar para siempre, así que llegó el crítico momento en el que se volvió a hacer el silencio.

Él decidió acercarse. Necesitaba sentirla muy cerca para comprobar que aquello era real.

Ella se asustó al comprobar que su corazón latía tan fuerte que se le iba a salir del pecho.

Cruzaron una mirada.

Él se estaba acercando cada vez más a ella, que estaba paralizada por su gran confusión (amor, odio, amor, odio, amor, amor, amor, odio, amor). La iba a besar, ella lo sabía. Pero había esperado tantas noches aquel momento que su corazón se reveló ante la idea de dejarlo escapar. Sintió la mano de él acariciando su cara y, cerrando los ojos, se dejó llevar por aquella caricia. Sintió el aliento de él, suave, sobre sus labios. Ella temblaba. Y llegó el momento. La besó. Ella sintió como si una descarga eléctrica recorriera todo su cuerpo. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas cuando, sin poder evitarlo, se aferró a él y le correspondió el beso. La mano de él acariciaba dulcemente su cuello, igual que aquellos labios se deslizaban entre los suyos. Era como rozar el cielo, como comprender de repente por qué estaba allí.

Aquello que estaba pasando era algo que estaba prohibido, pensó él. Pero, ¿acaso hay algo más tentador que aquello que alguien o nosotros mismos nos prohibimos? No. No lo hay. Sentía la necesidad de besarla eternamente, de abrazarla fuerte y no dejarla escapar nunca más. Nunca más. Y ella, sorprendentemente, le estaba respondiendo en sólo un gesto: un beso. Eso demostraba más de lo que podían decir las palabras. Mucho más. Era suficiente. No sólo él la echaba de menos. El sentimiento era mutuo.

En aquel momento mágico, sus mundos se sumieron en uno sólo. Un sólo mundo en el que ambos se amaban por encima de todo y los recuerdos de tiempos mejores que habían pasado juntos los envolvían por completo. Era como un sueño...

... un sueño que ella interrumpió bruscamente.

- Esto no puede ser. Lo siento.

Él, estupefacto no se limitó a creerla e intentó besarla de nuevo. Sin embargo, ella se apartó.

- Sueña conmigo -dijo, tomándole suavemente la mano.

Ella no se apartó.

- No puedo.

- Sí puedes... y además quieres. ¿Qué hay de malo?

- Yo ya estoy con alguien. Y soy feliz. No quiero arriesgarlo todo por tropezar otra vez con la misma piedra. No quiero dejarlo todo por algo que no va a salir bien. Por algo que tú sabes que no me puedes dar.

Él no dijo nada, asumiendo estas palabras y comprendiendo muchas cosas de repente.

- Lo siento -murmuró ella sacudiendo la cabeza.

- ¿Qué sientes?

- Siento que esto ya debería estar superado. Siento que el corazón me va a estallar. Siento dolor, alegría, ansiedad, odio... Pero por encima de todo eso siento amor, más amor que nunca. Un amor terrible que me aprieta el corazón, que me asfixia dentro de mí misma. Pero es un amor inútil.

- ¿Odio? -preguntó él, estupefacto, haciendo caso omiso de las últimas palabras de ella.

- Sí. Me odio a mí misma por desear besarte, por no querer salir nunca del sueño que estábamos viviendo hace apenas unos segundos, por ansiar volver atrás y así corregir los errores que cometí y poder ser feliz a tu lado para siempre. Me odio a mí misma por sentir que te amo con todo mi ser, por decidir que me da igual todo lo que no seamos tú y yo.

Él, conmovido por las lágrimas que luchaban por salir de aquellos preciosos ojos, la abrazó. Ella no respondió al abrazo, pero la entendía. Debía sentirse dividida. Pero aún así no quería que el momento acabase, que la magia se rompiese, que todo quedase en sólo un beso, en sólo unos segundos. Le tomó la barbilla con una de sus manos y la volvió a besar, esta vez más apasionadamente, casi con ansia.

Ella sentía que se derretía y, a la vez, que iba a morirse allí mismo por ser tan miserable. Intentó luchar contra su corazón desenfrenado, contra su mente en blanco, contra sus brazos que abrazaban firmemente a aquel chico idiota que tanto daño le había hecho. No podía. Pero, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, lo consiguió, se apartó, se levantó.

Él la miró sorprendido. Así que la había perdido. Definitivamente. Para siempre. Respiró hondo. De acuerdo. Dolía. Era como un jarro de agua congelada que se derramaba sobre el mismísimo corazón. ¿Era aquello amor? No lo sabía, pero nunca había sentido nada igual por nadie. Y lo había perdido voluntariamente. Se le había escapado entre los dedos. No había sabido valorar lo que tenía hasta que lo hubo perdido. Era un auténtico cafre. Pero, ante todo, la quería y no deseaba hacerle más daño. Así que se levantó también, la miró fijamente y fue capaz de decir.

- Lo siento. Te entiendo. Perdóname, por favor.

Ella no sabía que contestar. Una voz en su interior gritaba desesperadamente "¡No! No dejes que esto acabe así".

- Tengo que irme -dijo ella, ante lo que la voz interior le gritó estridentemente "¡¡Estúpida!! ¿Sabes lo que estás haciéndote?". Maldita voz traicionera.

- Yo también -contestó él, con naturalidad-. Así que te acompaño hasta abajo.

- Vale.

Ambos salieron de la habitación y de la casa. El silencio era tenso. Dentro del ascensor, cruzaron una mirada y de repente volvieron a aquel beso. Rápidamente, ambos desviaron la mirada. Para los dos era como sentir un puñal clavándose en el pecho sin piedad, desgarrándoles el corazón de una manera irreparable.

Llegaron al portal y, al salir a la calle, se volvieron a mirar.

- Supongo que ya no tengo ninguna oportunidad -comentó él.

Ella dudó sólo un segundo. La maldita voz de su cabeza (¿o era de su corazón?) no dejaba de decir estupideces como "Sabes perfectamente que las tiene todas consigo, ¿para qué vas a negar algo que es tan evidente en tus ojos?" ó "Dile la verdad, dile que sí la tiene". Pero una vez más, sacudió la cabeza y, dijo con seguridad y una sonrisa forzada:

- No. Lo siento, pero ya perdiste muchas.

Él agachó la cabeza para que ella no viera la decepción en sus ojos. Pero, tras asimilar aquellas dolorosas palabras, la levantó de nuevo y, sonriendo contestó:

- Que seas feliz. Te lo mereces. Eres una gran tía, de verdad.

- Gracias -contestó ella un poco confundida-. También te deseo lo mejor. Me has dado mucho y me has hecho muy feliz, por eso creo que te lo mereces. A pesar de todas las veces que me has destrozado el corazón -añadió cruelmente para sentirse mejor y recordarse a sí misma por qué aquello no había funcionado.

Después de aquel momento tan falso y lleno de mentiras, se dieron dos besos. El segundo estuvo a punto de no ser en la mejilla, creando una situación nuevamente difícil, pero superaron ese tramo. Luego se separaron. Cada uno tomó un camino en una dirección distinta.

Él se sentía abatido. Un poco perdido. Pero sonrió y pensó que aún quedaba mucha vida por delante y tenía que disfrutar. Llamó a sus amigos y decidió despejarse con ellos un rato, para no pensar.

Ella se alejó lentamente, con pies de plomo, tratando de averiguar por qué le dolía tanto el pecho. No podía dejar de llorar ni pudo evitar mirar atrás, observar entre lágrimas cómo él se alejaba, difuminándose entre las luces de las farolas, con total normalidad. Sonrió. Echaba de menos cada momento a su lado. Todo. Entonces, se dio cuenta de que, sin él, daba igual que rehaciera su vida, siempre le faltaría algo. Algo muy importante, algo único, algo que acababa de dejar escapar como si de algo insignificante se tratase. Le faltaría el amor. Pero ¿aquello era amor? No podía ser. Era demasiado doloroso, demasiado trágico. El amor debía ser algo más. Algo más bonito, feliz. Y entonces comprendió que lo había sido días atrás. Muchos días atrás. Días, tardes, noches, horas, instantes que no se repetirían jamás.

Se dio la vuelta para seguir su camino. Suspirando, se secó las lágrimas con el puño del jersey y, sonriendo, se dijo a sí misma que todo iba a ir bien.

¡Qué gran mentira! A día de hoy, esa chica aún siente ese gran vacío en su alma, esa sensación de haber perdido algo muy importante.

¿Qué sentirá él?