¿Sabéis esa sensación de necesidad que se siente a veces?
Sí, esa agonía ansiosa que una persona experimenta cuando una noche se ve
solo/a en la cama y se da cuenta de que necesita a alguien que le abrace. Es en
ese momento, en ese preciso instante en el que te miras a ti mismo y te muerdes
el labio inferior, cuando reconoces lo siguiente: "No quiero estar
solo/a". Y al reconocerlo, como acabo de hacer yo misma, se te viene el
mundo a los pies.
Hoy me han dicho algo que me ha herido. Un amigo, que está
enamorado de mí, me ha dicho "Te echo de menos" y he sido incapaz de
contestar. No es normal en mí, o al menos no lo era en la chica que solía ser.
Pero hoy no me ha salido, simplemente. Así que he cambiado de tema para seguir
hablando con él tratando de ignorar sus sentimientos, cosa que, obviamente, lo
ha mosqueado muchísimo y (he aquí la cuestión) me ha dicho que parezco de
piedra. Y me ha dolido muchísimo. Pero porque es verdad. Y eso es lo que más me
jode. No sé exactamente en qué me estoy convirtiendo, pero me siento justamente
así: dura como una roca. Y no puedo evitarlo. Creo que aún no he superado toda
la mierda del año pasado. O tal vez no he superado los altibajos (más “bajos”
que “alti”) de los últimos dos años. No lo sé. Pero no me aclaro y puede que
eso haga daño a alguna gente especialmente sensible. Lo siento, pero estoy
acostumbrada a que la más sensible sea yo, así que encontrarme con personas que
son más susceptibles que yo misma… me choca bastante. Es, cuanto menos, algo
nuevo. No quiero ser de roca, no quiero convertirme en la mujer de piedra o en
la chica del corazón de hielo. No quiero. Me apetece llorar, llorar a mares,
encerrarme un poco en mí misma. Sentir… algo. Lo que sea. Algo como aquello que
antes sentía con tanta facilidad (al menos aparentemente).
Creo que el problema es que mi mente ha dicho “Hasta aquí
hemos llegado” y me ha pedido vacaciones para esa parte del cerebro que se
encarga de los sentimientos o de las mariposas en el estómago. Recuerdo,
sonriendo, cómo era aquello de estar sentada a la mesa y no poder comer de los
nervios porque sabía que por la tarde iba a verle. Esa sonrisa de boba cuando
me mandaba algún mensaje o cuando me hablaba por Tuenti. Esas noches
interminables hablando por internet… Todas esas cosas me parecen ahora muy
lejanas y creo que ya no quiero eso. No quiero lo mismo. Necesito algo más,
pero no sé el qué. Me gusta tener el control, pero creo que quiero una persona
que llegue y me quite el control de las manos, que me obligue a llorar, a
sentir esas mariposas, a arriesgarme. Y, por muchos chicos que conozca y que me
quieran, ninguno me llena en ese aspecto. Ninguno me da esas cosas. Aunque me
quieran, cosa que me parece muy bien, no me hacen sentir “eso”. ¿Y qué quiero
decir con “eso”? Es que no lo sé. No lo sé ni yo misma, ¿cómo voy a esperar que
nadie lo sepa?
La cuestión es que esta noche me siento sola. Y tengo ganas
de llorar, muchas ganas, aunque las lágrimas no quieran salir de mis ojos. Creo
que necesito un cambio de aires. Daría lo que fuera por revivir septiembre en
Jerez, también de exámenes pero con Monster de por medio, con compañeras que se
queden estudiando conmigo por la noche y con esa cosa que no termino de
encontrar aquí en Cádiz.
Últimamente, me siento muy perdida. ¿O tal vez sea que he
perdido algo? La cuestión es que no sé por qué me miro al espejo y no me
encuentro a mí misma. Creo que me estoy perdiendo de una manera incorregible. Y
me da miedo. Es increíble el miedo tan enorme que me tengo a mí misma. A lo que
pueda llegar a ser. Me estoy volviendo una persona demasiado fría, menos
cariñosa, más… ¿fuerte? No sé si quiero ser fuerte. Sólo sé que me duele el
corazón, que siento que las tiritas están desgastadas y ya no sujetan apenas
los pedazos. Y, lo peor de todo: siento miedo cuando se venga abajo. Me da
miedo ser consciente (demasiado consciente de todo) y caer de nuevo al abismo. Aunque
haya gente que diga que me va a sujetar o que me va a salvar. Yo sé que cuando
caiga, estaré sola de nuevo conmigo misma. Y espero ser capaz de salir. Porque cada
día tengo más claro que de un momento a otro puedo hacer dos cosas: o mejorar
(sí, más todavía) o caer en picado. Y espero que no sea lo segundo, pero
tampoco deseo lo primero. ¿Veis? No sé lo que quiero.
Supongo que la cuestión es dejarse llevar, a ver qué pasa. Pero
soy demasiado impaciente, autoexigente y organizada como para dejar algo al
azar. Y puede que el haberme convertido en esa clase de persona sea lo que me
está impidiendo vivir.