martes, 5 de marzo de 2013

Echar la vista atrás duele.


Creo que de vez en cuando es bueno mirar atrás. A veces bastan unos meses. Otras veces solo un año. Y en algunas ocasiones especiales, merece la pena retroceder 5 años atrás.

Hoy es una ocasión especial y, casi sin querer he retrocedido 5 años atrás. Hasta el primer año en el que entré a la universidad. He empezado por aquel verano de locura justo antes de embarcarme en esta aventura que ha sido para mí la universidad. He sonreído y me he avergonzado de lo inmadura y adolescente que era. He esbozado otra sonrisa en mis labios cuando he escuchado una canción que escuchaba cuando pensaba que estaba enamorada de la única persona que (hasta ahora) he conocido y he estado 100% segura de que era mi media naranja. He alucinado al contrastar cómo eran las cosas entonces con la realidad actual. Es increíble el cambio drástico que ha dado mi vida... Y han sido 5 años. Sólo 5 años.

Me da miedo lo que pueda venir ahora, cuando acabe la universidad. Odio los cambios y, sin embargo, la transición desde la vida pueblerina (y algo exasperante) a la vida universitaria apenas la noté. No considero que fuera algo duro. Fue como soltar las ataduras de la familia y de un pueblo pequeño que siempre está al acecho del próximo chisme. Fue descubrir un mundo nuevo, lleno de posibilidades. Pero es que yo en aquel entonces, no estaba a gusto en la vida monótona de mi pueblo. Mi alma pedía un cambio de aires a gritos desesperados. Y supongo que por eso lo llevé tan bien. Ahora la situación es muy distinta. Estoy a gusto aquí. No quiero que esto acabe. Me niego a decirle adiós a las personas que tengo a mi lado ahora mismo. Me da un miedo terrible no volverlas a ver.

Creo que no estoy en un buen momento psicológico o sentimental. Me siento insoportablemente insensible. Necesito llorar como sea. A veces me gustaría que me pegaran, que me dijeran algo realmente doloroso o que pasara algo realmente doloroso para poder sentir algo. Para poder llorar. Quiero llorar, pero no puedo. Y, sorprendentemente, esta noche lo he hecho. Estaba escuchando canciones de aquel momento (hace 5 años), cuando empecé la carrera, cuando pensaba tantas y tantas cosas que, poco a poco, se fueron derrumbando... Me ha parecido triste. Y por eso he derramado un par de lágrimas. Creo que no quiero crecer más. No puedo parar de llorar interiormente. Siento ahora mismo un pellizco en el pecho que me dificulta respirar. Es extraño. No esperaba que recordar a aquella chica de 18 años me fuera a hacer tantísimo daño... Y aquí estoy ahora, con 22 años por fuera pero 30 años por dentro. Queriendo llorar y sin poder hacerlo. Dura y fría como una roca en una noche de invierno. Rota por dentro, pero resistiendo contra el vendaval. Asustada como un animalillo bajo la tormenta, pero de cara afuera calmada y serena. Temblando por el miedo, pero sin detenerme en el camino. Creciendo, pero sin querer crecer.


¿Qué va a ser de mi vida? ¿Qué demonios voy a hacer? Soy una maldita obsesa del control. Y, si no tengo el control sobre mi vida, ¿qué me queda? Siento que estoy muy perdida y, como decía antes, muy asustada por no saber qué va a pasar. Me estresa, me agobia, me asusta. No quiero ir a peor. Tampoco sé si quiero ir a mejor. ¿Qué demonios quiero? No lo sé. No tengo ni la más remota idea. Aunque me empeñe en mentir a unos y a otros diciendo que yo sí que tengo muy claro lo que quiero hacer, en realidad no es cierto. Para nada. De hecho, es justo lo contrario.

Para terminar, debo decir que hacía mucho tiempo que no escribía así, de madrugada y con el corazón encogido sobre sí mismo. Supongo que tan bien no debo de estar cuando he llegado a este punto. En serio, daría lo que fuera por poder sentir algo. Cualquier cosa. Amor, dolor, ira... Cualquier cosa.