viernes, 12 de abril de 2013

Nuevas experiencias

Nunca sabes de quién te vas a enamorar, ni lo que vas a sentir por cada persona. Es una incógnita que sólo se desvela con la relación y con el tiempo. A veces no te lo puedes ni imaginar.

Últimamente me están sorprendiendo algunas cosas que siento por algunas personas. Me dan un poco de miedo (sí, ya sé que estos últimos meses sólo siento miedo), pero estoy dispuesta a experimentar, a ver qué pasa.

Ya he dicho que mi vida no deja de dar giros inesperados y que yo estoy en medio del huracán. Espero que la corriente no me arrastre hasta el abismo. Otra vez no.

Mis 5 años de carrera y la brújula que no paraba de girar.

Pues hacía mucho tiempo que no sentía nada, que no era capaz de llorar. Había encerrado mis sentimientos bajo llave en lo más hondo de mi alma. Pero existe una persona, una sola persona que es capaz de entenderme, hacerme ver lo que siento y hacer aflorar mis sentimientos. 

Han sido 5 años. Los 5 mejores y peores años de mi vida. Ha reído, he llorado, me he emborrachado, me he liberado, he conocido a miles de personas, he sufrido, he luchado, me he caído y me he levantado, he hecho locuras, he ido a fiestas que ni imaginaba, me he superado a mí misma, he abierto mi corazón, he conocido a mis mejores amigos... Y en tan sólo un mes, mi mundo se ha vuelto del revés. 

Siempre hago planes. SIEMPRE. Incluso rozo lo obsesivo. Y siempre se desmoronan ante mis ojos sin que yo pueda hacer nada más. Y eso es lo que ha pasado ahora. Yo tenía mi vida planificada. Antes de la carrera, yo iba a estudiar Medicina en cualquier parte, iba a conseguir ser una médica de hospital, conocida y respetada. Pero entonces mi vida dio su primer giro inesperado, sin avisar. No me llegó la nota y tuve que tomar otro camino. Escogí y me planté aquí en Cádiz, estudiando Ciencias del Mar y Ambientales. Una doble titulación, porque yo no podía conformarme con menos, yo siempre planteándome grandes retos. Y empecé la carrera. Salí de mi pueblo, de mi casa y empecé a vivir en una residencia con 33 personas más, entre las que no imaginaba que se encontrarían mis mejores amigos de ahora. Me desaté, me volví loca. Descubrí la libertad a los 18 años, me desmadré, lo dí todo y viví al máximo. 

El segundo año hubo otro giro. Nueva gente, nuevo "grupo" de amigos, nuevo ambiente y, por supuesto, más esfuerzo para luchar por lo que quería. El primero, realmente desde Bachillerato. Nuevas relaciones, un nuevo mundo, en definitiva. Y así pasó el segundo año. Estudios, amigos nuevos, esfuerzo y olvidé a algunas personas de las que conocí en la residencia, lo cual fue un error que yo no apreciaría hasta dos años más tarde. 

En tercero fue la caía en picado. Septiembre fue lo peor. Acabé una relación, discutí con mis amigos de segundo y me ví muy sola de repente. Pero estreché relaciones con otras dos personas. Estaba tan vulnerable que no pude evitar caer en las garras de un nuevo amor. Y con ello sólo me hundí más. Sufrimiento, incertidumbre, dudas, peleas, primeras veces, dolor, alegría... Demasiadas emociones. En casa las cosas no iban mejor y me hundí más. Y así empezó mi depresión. Dejé de ir a clase, dejé de valorarlo todo, incluso la vida. Mi vida. Me hundí en lo más profundo. Y así estuve durante un año entero, todo tercero. Hundida. Lo más duro de ese año terrorífico fue tomar la decisión más dura de mi vida. Había perdido un año entero de clases, había suspendido casi todo y tenía muchas asignaturas pendientes. Tuve que escoger si seguir luchando por sacar una carrera o seguir con las dos. Obviamente, con las dos no podía y tuve que dejar las Ambientales. Odio dejar las cosas a medias. Cuando empiezo algo, lo acabo. Por eso dolió tanto. Pero tuve que superar mi malestar y mi dolor, aunque seguía hundida. Y así pasó ese tercer año horrible. Hasta septiembre del año siguiente. Vuelta a Cádiz, la muerte de mi tía y los problemas de mi hermana. Mi familia totalmente seccionada, el dolor presente, una carrera abandonada, muchas asignaturas pendientes, poco dinero y yo igual de sola. 

El cuarto año empezó mal y fue poco a poco a peor. Granada, soledad, dolor, impotencia, una nueva relación kamikaze y al final cambio desesperado de piso y de aires. Tuve que huir de ese agujero, y lo hice. Al salir de la mierda que me ahogaba, empecé a darme cuenta del tiempo que había perdido, a valorar a los amigos que había dejado atrás en mi espiral autodestructiva y a volver a luchar. Fue como renacer. Aprendí a quererme, a valorarme y a salir de mis espirales de autodestrucción. Volví a luchar, a estudiar. Mis amigos (aquellos a los que había dejado de lado por irme con otra gente) estuvieron ahí, apoyándome, ayudándome, sin hacer preguntas. Me sentí menos sola. Me sentí feliz, querida y viva de nuevo. El verano después de haber salido de aquello fue algo depresivo. Volver a casa, el ambiente tenso, los horarios controlados, la falta de libertad y de independencia. Y, sobretodo, la falta de planes. Se me hizo eterno. 

Pero el último año de carrera se anunciaba interesante y excitante porque iba a seguir viviendo en Cádiz, donde el ambiente está lleno de energía, sonde la gente se mueve, donde estaban mis amigos y donde había aprendido a renacer. Así que empecé con ilusión. He sido muy feliz este año. He salido de fiesta, he recuperado a mis amigos, he estudiado y me he superado. Lo he hecho todo bien. Por eso, precisamente por eso, no puedo evitar preguntarme "¿Qué he hecho yo? ¿Qué demonios he hecho yo para merecer que la vida me juegue esta pasada?". 

Yo iba a estar aquí el año que viene para poder estudiar un Máster. Y justamente ahora, tiene que surgir una oferta de trabajo perfecto para mí, importante y sin necesidad de desplazamiento. ¿Por qué tengo que seguir tomando estas malditas decisiones? ¿Me quedo en Cádiz, estudiando un Máster y paso un año más aquí con mis amigos? ¿O me voy a mi pueblo deprimente, a trabajar en una empresa que no sé si podré sacar adelante con tan sólo 22 años pero que tiene mucho que ver con mis conocimientos de la carrera? Es una decisión muy bestial. Es cierto que lo del trabajo es una oportunidad única, pero tengo 22 años y quiero vivir. He aprendido a ser feliz aquí. No quiero irme, no quiero dejar atrás a mis mejores amigos. No quiero que ellos estén aquí y yo allí, en mi pueblo deprimente. 

Me he debido volver loca porque ni siquiera he querido pararme a pensar en que el año que viene me voy. Y hoy, hablando con una de las personas más importantes para mí y que ha estado a mi lado siempre, durante estos 5 años, he podido comprender lo que significa irme de aquí. No quiero irme, pero necesito el dinero y currículum. Por primera vez en varios meses he llorado, se me ha encogido el corazón y he sido consciente de lo acojonada que estoy con esto de irme y no volver. 

Así que, esta noche he llorado más de lo que lo imaginaba. No me siento más relajada, sino que mi cabeza no deja de dar vueltas y el corazón no deja de dolerme. Quiero a mis amigos. Me arrepiento de los dos años que perdí con mi maldita depresión y de no haber sabido valorar ni siquiera mi propia vida o a mis amigos. Es muy doloroso, más incluso de lo que imaginaba. Y no sé qué hacer. Mi brújula gira como la de Pocahontas y no sé qué camino tomar. Necesito una señal, algo que me ayude a saber que estoy haciendo las cosas bien. Pero no llega. 

Y aquí sigo, mirando la brújula y esperando. 

jueves, 11 de abril de 2013

Independencia.

La independencia no se entiende bien en la actualidad. De hecho creo que todo el mundo lucha incesantemente por depender de alguien, o por que alguien dependa de ellos... Eso me hace sentir un poco extraña e incluso mal algunas veces.

Yo siempre he sido una chica romántica, que se enamoraba prácticamente del aire. Quería (necesitaba) alguien que me amara, que me mandara mensajes románticos, que me llamase todas las noches antes de irse a dormir o que me cogiese de la mano por la calle. Estaba casi siempre en las nubes. No había un sólo día que no pensara en algún chico y lo encumbrara como al hombre de mis sueños. Cada noche, antes de dormir, imaginaba que había alguien a mi lado, abrazándome. De hecho, necesitaba pensar eso para poder dormir.

Ahora todo eso me parece un sarta enorme de tonterías. Mi personalidad ha dado un giro drástico, radical. He conocido muchos chicos, he besado muchos labios y he probado muchos sexos. Lo suficiente como para darme cuenta de que realmente la única persona que necesito que me quiera soy yo misma, y que hasta que yo no consiguiera eso, no lograría ser feliz. Y, tras dos años de depresión y una larga temporada de reflexión sobre las relaciones viéndolas desde fuera, he comprendido que estoy bien así, sola. Al menos por ahora.

Cuando me paro a pensarlo, descubro que realmente no estaba preparada para tener una relación. Había mucha falta de autoestima y demasiada dependencia de por medio. Creo que una relación debe ser algo entre dos personas que implica un grado de confianza y respeto enormes. Mientras reflexionaba durante este tiempo sin nadie como pareja, he llegado a la conclusión de que no me han sabido querer. Y no es un arrebato de prepotencia, no. Es simplemente una certeza a la que he llegado después de tomarme un tiempo prudencial para mí.

Yo quizás no sé lo que quiero, pero sí sé lo que no quiero. No quiero que nadie dependa de mí, no quiero que nadie me eche de menos cada día que no hablamos, no quiero que me digan que soy especial, no quiero que me traten como a una princesa, no quiero que me lleven a ver las estrellas, no quiero que me acompañen a casa, no quiero que me protejan, no quiero que me cuiden, no quiero que me hagan sentir indefensa o frágil... No quiero nada de eso. Prefiero una persona que me entienda con sólo una mirada, que me deje mi espacio sin resentirse ni rechistar. Prefiero tener a mi lado a alguien que no me controle, que confíe en mí, que me respete siempre y que no tenga tendencia a montarse historias por cada Tweet que escribo o cada cosa que hago. ¿Que me quiera? Sí, también. Pero que me quiera cuando tenga que quererme. Que sepa tratarme como una puta en la cama y como a una señor(it)a el resto del tiempo. Que no me juzgue por mi vida pasada. Que no me tenga miedo, sino sólo respeto. Devoción no, por favor. Me conformo con que me valore con todo, mis virtudes y mis (muchos) defectos.

Yo no quiero monotonía ni rutina, sino aventuras, viajes y experiencias nuevas. Yo no quiero que me encumbren, sino que me dejen ser independiente y el (o ella) también. Yo no quiero romanticismos vanos, sino sexo maravilloso. Yo no quiero más palabras, sino más acciones. Yo no quiero malas miradas, sino buenos gestos. Yo no quiero bailar bajo la lluvia, sino caminar en silencio bajo el Sol. Yo no quiero regalos, sino entendimiento. Yo no quiero puntos suspensivos, sino puntos y seguido. Yo no quiero aniversarios, sino momentos inolvidables con mis amigos (o los suyos, o los nuestros). Yo no quiero estancarme, sino fluir como el agua del mar. Yo no quiero dejar de vivir, sino aprender a vivir compartiendo mi vida con alguien.

Mi independencia actual me hace más fuerte. Soy prácticamente una Licenciada y, dentro de poco, una joven empresaria. No necesito nada más que fuerza para ser capaz de darlo todo en aquellas cosas que decida hacer, mi familia para apoyarme y mis amigos para regalarme momentos inolvidables. Nada más. Creo que esta independencia se debe a que aún no he conocido a nadie con quien me apetezca compartir mi vida. A veces pienso que soy demasiado difícil de llevar o de entender. Quizá tengo puesto el listón muy alto y pido mucho. Pero si pido mucho a los demás es porque también me pido mucho a mí misma. Necesito una balanza equilibrada, no otra descompensación como las de las relaciones anteriores. Quiero alguien fuerte, serio, inteligente, aventurero y comprometido. ¿Es tan difícil? Yo creo que no. Pero el mundo tiene otra opinión.

Por lo pronto, mi estado actual sólo me provoca muchas ganas de conocer esos "otros peces en el mar" y probar nuevos labios, nuevas sensaciones y nuevas experiencias. No necesito amor (excepto en momentos muy raros y poco habituales), sino sexo. Mucho sexo para liberar estrés. Me apetece acostarme con alguien (a poder ser que esté bueno y lo haga bien) y que después se quede tumbado a mi lado abrazándome pero sin esa necesidad de cariño o amor que implica hacer eso con una pareja. Quiero que se vaya a la mañana siguiente, después de preparar café, que me de un beso en la frente y otro en los labios, y que me diga "Hasta que nos volvamos a encontrar".

Aún así, soy incapaz de salir a la calle a buscar eso. Porque no creo que nadie lo entendiera, ni siquiera esa otra persona. Quiero una adicción con esa persona sin sentimientos de por medio. Quiero no tener que dar nada más allá de esos momentos de placer y lujuria. Y no quiero tampoco que me den nada más.

La vida da muchas vueltas. Puede que mañana quiera que me quieran (y no que me follen). Ya se verá. Porque, si hay algo que tengo muy claro es que no merece hacer planes. Es mucho más divertido, dinámico y aventurero improvisar. Y eso haré mientras disfruto de mi juventud y de mi independencia.