martes, 28 de septiembre de 2010

Atardecer.


A veces me peleo conmigo misma. Sí, en serio. Y me siento tremendamente imbécil.

Me pongo a pensar sobre mi situación y tengo la seguridad de que me fatla algo. Lo peor es que no sé qué es. Podría definirse metafóricamente como la sensación que experimentas cuando andas solo por las infinitas, oscuras y sombrías calles de una ciudad desierta en la noche. Sin nada a tu alrededor aparte de tu soledad. No sé. Es extraño. Me apetece hacer cosas, pero no tengo con quién compartirlas en realidad. Me apetece besar, abrazar, mirar a los ojos y sonreír. ¿Tan difícil es no tener pareja o alguien así? ¿Tan cruel resulta la remota posibilidad de tenerlo y que esté a 216 km de ti? Pues sí. ¡Y tanto!

Cuando beso a alguien es como si le diese un trocito de mí, una parte infinitesimal de mi corazón. Pero lo doy. Es algo especial. Y sé que si quisiera, quizás no tendría nada más que irme de fiesta un fin de semana, emborracharme al máximo y buscar algunos labios desconocidos que sacien mi sed. Pero no. Es demasiado... demasiado.... ¿cómo decirlo? Demasiado frío. Necesito sentir. Necesito tener la certeza de que mi corazón late. Necesito calor, cariño, apoyo. Es raro. Nunca pensé que era tan dependiente del amor para vivir. Y eso que siempre me he considerado una romántica empedernida. Una chica completamente normal pero enamorada por completo del mismísimo amor. Creo que idealizo demasiado a la persona que debiera ser mi compañero en esta vida, pero no puedo evitarlo. Es lo que suele pasar cuando una se pasa toda su infancia y parte de su adolescencia viendo películas de Disney. Siempre quise ser princesa. Menuda tontería, pensaréis. Pues no. Me hacía (y me hace) ilusión. A ver, por algo se suele decir eso de que "de ilusiones también se vive". Pues ya está.

¿Qué es lo peor de todo esto? Pues que cuando llegas al tercer grado de tristeza (es decir, cuando no encuentras nada por lo que moverte de la cama cada mañana y aunque sonrías, estás roto por dentro; y lo único que te ayuda a seguir adelante es pensar que todo lo malo acaba por pasar y alejarse de ti una temporada), sientes más necesidad que nunca de estar con alguien. La cama te parece demasiado vacía, sientes envidia hacia otras personas que disfrutan de esa felicidad que tú no tienes, odias cada gesto de amor que se profesa la gente, no soportas la luz del Sol porque es demasiado bonita quizás y contrasta demasiado con las sombras de tu propia alma. Sí, señores, esto es lo que hay en mí. Joder, qué triste. ¡Y que lo digan!

Sé que me arrepentiré de decir esto pero: estoy deseando de que empiecen las clases de una vez por todas. ¿Por qué? Porque así tengo menos tiempo para pensar y más tiempo para trabajar, hacer algo por mi vida y sentirme mejor conmigo misma.

Es difícil empezar de cero, pero siento que es lo que debo hacer. Lo que toca hacer, vamos. Y cuesta, creedme que cuesta casi la misma vida. Intentas organizarlo todo, estar preparada para lo que sea que tenga que venir. Pero, aún así, sientes un miedo terrible a que no salga bien. Otra vez. Mierda. Es que es imposible dejar de tener miedo, según parece. ¿Mi peor miedo? ¡Uf, tengo muchísimos! Pero los peores quizás sean el miedo al fracaso, el miedo al ridículo, el miedo a decepcionar a las personas que quiero y, por supuesto, el miedo a estar sola. No son miedos exclusivamente míos, que conste. Son miedos que suele tener la mayoría gente, creo. Este ser humano... ¿A dónde vamos a llegar? Al fracaso, y lo digo yo que no soy profeta.

Hay momentos en esta vida en los que dejamos de ver lo bello de las cosas. Sí. Nos sentamos frente a una ventana y vemos atardecer, pero no se nos mueve nada por dentro, es decir, no apreciamos nada que nos impresione o nos conmueva. O quizás presenciemos un gesto de cariño entre dos personas y más que ternura o emoción, puede que nos provoque una especie de repulsión. Y no es malo, pero tampoco bueno. Es simplemente lo que inevitablemente sentimos. Y sé que es terrible. Creo que se debe a que nosotros mismos nos cegamos, sacando lo más oscuro que tengamos por dentro, sólo lo peor de lo peor. Aún así, espero que no sea el primer paso para una depresión.

Creo que tengo que salir de esta situación. Mañana me dirigiré a la enorme cama que tengo para mí sola, cerraré la puerta de la habitación, y me sentaré a ver el atardecer. Contemplaré el cielo tiñiéndose de tonos anaranjados, violetas y, finalmente, añiles. Voy a hacer un balance de mis impresiones sobre la última semana y dejaré que la sinceridad fluya por mis dedos hasta un lápiz que los describa sobre el papel, o estas teclas que lo describan en mi pobre (y hecho polvo) portátil.

Al fin y al cabo, mañana vuelve a amanecer y será otro día. Afortunadamente.

martes, 21 de septiembre de 2010

Soledad.


Hundida en un romanticismo que no me lleva a ninguna parte, veo una y otra vez la misma escena de la película de esta noche: Dirty Dancing. Llevaba demasiado tiempo sin verla, pero no esperaba que desatase en mí semejantes sentimientos. Nostalgia, envidia (una vez más), anhelo, soledad. Sobretodo soledad. Qué terrible.

Y digo yo…
Si sé que así es mejor,
¿por qué te echo tanto de menos?
Es ridículo,
pues no se puede echar de menos
algo que nunca se ha tenido.
Y es que yo quise tenerlo todo.
Todo y más.
Todo.
Pero es imposible.
Por intentar tenerlo todo,
lo perdí todo a la vez.
Y ahora echo de menos ese todo
que antes tenía,
que antes me llenaba,
que antes me hacía feliz.
Ahora me siento incompleta,
vacía .
Me miro y veo sólo telarañas,
sólo polvo y hojas secas,
sólo un viento violento azotando
los viejos y grises cabellos
de esta triste anciana.
¡Ah, absurda máscara corporal!
La edad se cuenta
en las canas que tiene
no el pelo, sino el alma.
En las veces que dijimos “te quiero”.
En las veces que tuvimos que despedirnos.
En las lágrimas que derramamos.
En la velocidad de los latidos de nuestro corazón.
Pum, pum.
Pum, pum.
Pum, pum.
¿A qué velocidad suena el tuyo?
Bella soledad de dulces rasgos
y afilados dedos como cuchillas,
llévame a donde sea,
a donde sea,
pero no me dejes hundirme
en este infinito océano de dudas
y de anhelos,
en esta neblina que no es sino nostalgia.
Rescátame de ti.
Hazme libre.
Concede a esta pobre prisionera tuya,
al menos la posibilidad de retomar
un camino.
Un sendero.
Hacia la vida.
Hacia el futuro.
Hacia nuevos horizontes,
nueva gente,
un nuevo amor,
una nueva felicidad,
más duradera.
Algo nuevo.
Desátame, oh, soledad.


viernes, 17 de septiembre de 2010

Noche de lluvia y tormenta.


Me siento cómodamente en mi enorme (y vacía) cama de matrimonio. Hay velas encendidas a mi alrededor. El incienso empieza a llenar la habitación con su esencia, haciendo del momento algo especial. Apago la luz y miro a través del cristal cómo caen las gotas sobre el cristal. Sonrío. La lluvia me hace extrañamente feliz, pues anuncia la llegada del otoño y el invierno y, con ello, un nuevo comienzo. Cierro los ojos y comienzo a recordar todo mi año. Hago un balance entre los momentos felices y los momentos tristes. Decido guardar los felices y desecho todos los momentos tristes.

Abro de nuevo los ojos y contemplo ensimismada cómo los rayos atraviesan el cielo sin piedad, desgarrándolo. Es una sensación sobrecogedora y de repente me siento muy pequeña en un universo demasiado grande.

Me encojo sobre mí misma y pienso en mí. Sólo en mí. Hago un nuevo balance, esta vez sobre mis cambios. Me analizo a mí misma, sorprendiéndome ante mi evolución. Sonrío. Quizás esté más sola que nunca, pero estoy con las personas que quiero estar. Y con eso basta. Siento que he encontrado mi lugar, mi sitio. Aún está por amueblar con más cosas y personas y sentimientos, pero, por ahora, es habitable. Y me gusta.

Miro a mi alrededor. Una casa nueva, un curso nuevo a punto de comenzar, amigos nuevos, experiencias nuevas. Todo es nuevo. Siento el nuevo giro que está dando mi vida. Sé que ese giro aún no ha terminado. Esperaré pacientemente a que lo haga. No tengo prisa por vivir. Sí, la vida es corta, pero he decidido tomarme las cosas con mucha más calma. Me he dado cuenta de que no quiero correr, sino que prefiero esperar. Esperar a que pase todo lo que tenga que pasar. Aprender a adaptarme a los cambios a mi alrededor.

En realidad estoy un poco perdida, pero miro de nuevo en torno a mí y me veo en esta habitación, rodeada de mis velas, con mi música, con mis pensamientos, con mi mundo. Veo los libros amontonados sobre mi mesilla de noche (¡Maldición! Ya son cuatro los que esperan a terminar de ser leídos) y de repente me doy cuenta de que me apetece leer y disfrutar de esta libertad que me inunda por dentro.

Necesito amor, y lo sé. Pero también he decidido que no tengo prisa en encontrarlo. Además, aún sigo pensando en Sergio muy a menudo. Cuando decía que lo quería, lo decía totalmente en serio. Pero sí, necesito cariño, amor. Por eso necesito también irme a casa. Necesito a mi madre. Que sí, que tengo veinte años casi, pero es que ella lo es todo. Y me necesita. Y la necesito. Porque la echo mucho de menos. ¡Y pensar que sólo llevamos un mes sin vernos! Pero es que es lo mejor que me ha pasado nunca: ser su hija. Preciso continuamente de sus consejos, de sus broncas, de su voz y, ahora más que nunca, de sus abrazos y sus besos. Mamá, sí, te quiero con locura. Cuento las horas que me quedan para verte.

En fin, un día más, la crisis de los veinte me agobia. Y eso que aún no he decidido qué voy a hacer para celebrarlo. ¿Salir de fiesta? ¿O quedarme tranquilamente en casa o en una bolera con mis mejores amigos? Es una difícil elección. Pero ya veré qué hago.


Como no tengo sueño y no sé qué hacer, me pongo a ver la película de “El Jorobado de Notre Dame”. ¡Qué recuerdos! Me parece una película super tierna y en su momento me enseñó muchísimas cosas. ¡A disfrutar se ha dicho!

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cumplir un año menos.


Hace apenas unas horas, mi madre me preguntaba: "¿Qué quieres para tu cumpleaños?". Mi respuesta: "No quiero nada, mamá". Mi madre, sorprendida, ha intentado persuadirme de que le dijera algo que deseara. Pero es que no quiero nada. Hay muchas cosas que deseo, pero soy incapaz de pedirlas. Al final he acabado pidiéndole como único regalo de cumpleaños que me diera 50€ para poder celebrarlo con mis mejores amigos. Y la mujer me los ha concedido felizmente.

Mamá, no deseo nada por mi cumpleaños por el simple motivo de que ya me estás regalando cada año desde que empecé la carrera, algo maravilloso. Una oportunidad más. Cada año te niegas a dejarme trabajar en algo para costearme yo misma mis estudios. Cada año me pagas todo lo que supone mi estancia aquí. Cada año me das una oportunidad más para seguir adelante con mi futuro. Y cada año haces todo eso con una sonrisa, aunque haya dificultades para hacer todo esto. Ése es mi mejor regalo de cumpleaños cada año desde que empecé a estar aquí estudiando. No necesito nada más. No puedo pedirte nada más. Sólo puedo darte las gracias yo a ti y, en todo caso, pedirte una sonrisa más.

Hace unos días me preguntaba Javi lo mismo: "¿Qué quieres para tu cumpleaños?". Nada, Javi, no deseo nada. Sólo quiero que estés ahí siempre. Y eso no va sólo por ti, sino también por Belén, David, Alma, Itxaso, Mae, Manolo, Manu, Pedro, Isa, Patri, Ágata y, por supuesto, Sergio. Sólo deseo que no me dejéis, que sigáis a mi lado porque os necesito mucho a todos y cada uno de vosotros. Si queréis regalarme algo, regaladme vuestra presencia, vuestras palabras, vuestros consejos, vuestras sonrisas y vuestras lágrimas, vuestra ayuda... Sólo con eso ya me doy por satisfecha. Os lo aseguro firmemente y de todo corazón.

Cada día soy más consciente de lo poco que necesito para ser feliz. Con sólo tener de vez en cuando un ratito para dedicarme a mí misma y tener gente que me quiera y me de unos cuantos mimos, ya soy feliz. También influye el hecho de alcanzar mis metas, que parece ser que por fin lo estoy consiguiendo. Me ha costado mucho trabajo duro y mucho esfuerzo llegar hasta aquí, pero me siento feliz, completamente recompensada. Estoy orgullosa de mí misma por haberlo conseguido.

No entiendo muchas veces cómo hay gente que puede estar continuamente queriendo más y más cosas. Es decir, no entiendo el concepto de "ambición". No lo entiendo porque en mi persona no existe. Al igual que no existen muchos otros como "racismo", "homofobia", "odio" o "egoísmo". Me resulta un tanto deprimente contemplar el mundo a mi alrededor y ver que está lleno de estas cosas. Es algo que de verdad que me resulta totalmente incomprensible. Quién sabe, igual este mundo no es el mío... Como dice Amaral "Porque este mundo no lo entiendo".

Además, ¿para qué queremos tener tanto si valoramos tan pocas cosas? Creo que cuanto más tenemos, más queremos, y más, y más, y más. Y así continuamente. Cuando nos queremos dar cuenta, vemos que estamos rodeados de todo aquello que queremos, pero ¿y lo que necesitamos? Somos conscientes entonces de que siempre pensamos en lo que deseamos, en lo que queremos, pero nunca nos hemos parar a pensar qué era lo que de verdad necesitábamos. Y nos encontramos vacíos, sin saber muy bien porqué, y también algo perdidos entre todas esas cosas que poseemos y que, de repente, no sirven para nada.

Precisamente porque no quiero que me pase esto, soy como soy. Lo valoro todo muchísimo. No pido absolutamente nada a menos que lo necesite. Por eso cuando pido algo, espero ansiosamente recibirlo, porque cuando lo pido es que es totalmente necesario para mí. No soy egoísta, ni ambiciosa. Estoy aprendiendo a ser emprendedora, trabajadora, luchadora. Porque no, señores, no. Nunca jamás en mi vida lo había sido. Y me estoy dando cuenta de que este cambio de actitud me gusta, me llena, me hace feliz.

Un año más. ¡Qué poco queda! Me siento tan mayor...


Recuerdo en estos días aquellos en los que era pequeña y mi padre me cogía en brazos y bailaba conmigo en el salón de mi antiguo piso. Recuerdo cómo veía Peter Pan y soñaba con volar muy lejos y muy alto. Recuerdo cuando me quedaba en casa de mi tía a comer y me enseñaba modales en la mesa. Recuerdo hace más de 10 años cuando me regalaron por mi octavo o noveno cumpleaños la película de Mulán y me senté en el salón a verla con mi hermana Paula. Recuerdo cómo llovía aquel día. Recuerdo cuando le pedía a mi abuela que me dejara dormir con ella en su cama. Recuerdo cuando, al salir de misa, compraba chucherías y corría por las calles con mis mejores amigas. Recuerdo cuando iba todos los días a las misas de la Virgen de mi pueblo con mi abuela y sus hermanas, y cómo me iba aprendiendo todas las canciones del coro para, un tiempo después, pasar a formar parte del mismo. Recuerdo cuando mi madre me cuidaba cuando estaba enferma. Recuerdo una borrosa habitación de hospital. Recuerdo las lágrimas de mi padre en sus peores momentos. Recuerdo las peleas con mi hermana Paula, que con los años se han ido transformando en abrazos tan cálidos como el mismísimo Sol. Recuerdo cuando mis tías y mi abuela iban de viaje y siempre me traían algún regalo que yo guardaba como oro en paño. Rcuerdo las larguísimas tardes frente a los ejercicios del colegio, sin tener nada de ganas de hacerlos y cantando las canciones de Mecano. Recuerdo el día que escuché por primera vez a Alejandro Sanz, a La Oreja de Van Gogh, a Álex Ubago. Recuerdo cómo mi madre me ayudaba a aprenderme las canciones de John Lennon y los Beatles, y también alguna que otra de Elton John u otros artistas. Recuerdo la noche en que me levanté con decisión del sofá del salón de mi piso, me dirigí hacia la cocina y tiré el chupete a la basura, para hacerme mayor. Y recuerdo la cara emocionada de mi abuela, la única persona que lo presenció. Recuerdo la primera vez que tomé en brazos a mi hermana Laura, cada una de las veces que la paseé, le cambié los pañales, le dí de comer, la bañe. Recuerdo que ahora, al verla tan grande, me dan ganas de llorar. Jamás pensé que ver crecer a alguien me afectara tanto. Recuerdo todos y cada uno de los años, en el día de mi cumpleaños, cómo desde que tengo memoria, mi tía Mercedes me preparaba chocolate el día 19 de Septiembre. Recuerdo cada sonrisa, cada lágrima, cada caída, cada logro, cada cosa aprendida durante estos casi veinte años de edad, desde que tengo uso de razón.


¿Qué le voy a hacer? Tengo la crisis de los veinte.

Mi situación se refleja claramente en la canción "Cumplir un año menos" de La Oreja de Van Gogh. (¿Cómo no?)

http://www.youtube.com/watch?v=iU-0YH0jjTI&feature=fvst

Quiero otra oportunidad de vivir estos veinte años. Por favor.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Secretos...

Hay una canción cuya letra compuso mi escritora favorita, Laura Gallego. Se llama "Beyond" y es una canción que me viene ahora mismo bastante bien, o al menos, algunas de sus estrofas.

Comenzaré por una que dice así: “Now you feel so lost in the dark, wondering if this is all, if there’s something beyond” . O lo que es lo mismo en español: “ahora te sientes tan perdida en la oscuridad, preguntándote si esto es todo, si hay algo más allá”.

Y efectivamente. ¿Hay algo más allá? ¿Por qué razón, por qué motivo me siento tan vacía? Tengo la agobiante sensación de que falta algo en mi vida. Y lo peor es que creo que es el amor.

Ahora que lo pienso, prefiero ho escribir más cosas sobre la canción aquí y ahora, pues prefiero que la descubráis vosotros mismos.

Y hablando de Laura Gallego...

A menudo sueño con personajes que después voy incluyendo en mis historias.

Uno de ellos, del cual no conozco el nombre, es un chico alto, rubio, de penetrantes ojos verdes. Es un chico increíble. Todas las noches antes de dormir le pido que se acurruque a mi lado. No puedo verlo, pero puedo sentirlo como una fresca brisa que acaricia mi espalda cuando me abraza dulcemente. No hablamos directamente, sino con la mente. Nos comunicamos con pensamientos. No nos amamos, o al menos no exactamente. Es mucho más. Es una relación de compenetración mutua. Él es mi conciencia. Conoce todos mis secretos. Me reprende cuando hago algo mal y, a pesar de que yo intente justificarme, es en vano, pues él me hace ver la situación tal y como es. Sin más. A veces le pido que me deje visualizarlo en mi mente. Y lo hace. Se presenta ante mí con una sonrisa resplandeciente, increíble. Y yo me siento protegida, como si nada pudiera dañarme mientras él me abraza en la oscuridad de una manera tan dulce que todos los males parecen muchísimo más pequeños. Es tan impulsivo, tan dulce, tan inocente a veces, tan valiente ante todo… Es increíble.


Laura Gallego describió en Memorias de Idhún a mi compañero, a mi conciencia, a mi amigo invisible. Describió a Jack. Y para mí fue suficiente para amar aquel libro por encima de todos los demás. De hecho, el primer capítulo se llama como él: Jack. Cuando descubrí esta obra, pensé que había sido casualidad, pero, como soy muy curiosa, investigué sobre los orígenes del personaje en la obra de esta autora y me sorprendió enormemente enterarme de que el personaje está basado en un amigo invisible que tenía Laura cuando era más pequeña. ¿Cómo podía ser posible? No conozco personalmente a Laura Gallego, pero desde el día en que fui consciente de esta casualidad, me sentí totalmente compenetrada con ella. Ambas teníamos un amigo invisible. Y ambos tenían la misma apariencia física y varias cosas en común en su personalidad. Jack. Ojala fueras real, aunque nunca te fijaras en mí. Ojala existieras.


Otro personaje que describí en mi mente es el de un chico moreno, de cabello muy largo y liso, y ojos de color marrón miel que regalaban miradas tan intensas que desconcertaban a aquel que las recibiera. Un chico taciturno, pensativo, misterioso. Un chico que habla con la mirada, pero que a veces es algo frío sin darse cuenta. Sin embargo, cada vez que me sonríe en mis sueños, siento que me estalla el corazón en mil pedazos. Es un chico tranquilo, callado, algo oscuro a veces, desconcertante en otras ocasiones. Muy completo, sí señor. Además tiene una pizca de romanticismo clásico capaz de enloquecer a cualquier chica (incluida yo). Cuando estoy con él, no hacen falta las palabras, simplemente miramos el amanecer o el atardecer desde alguna infinita playa y nos miramos. No es necesario nada más. Él me sonríe, yo apoyo la cabeza sobre su hombro y él acaricia dulcemente mi pelo mientras el viento hace ondear el suyo. Sus labios son carnosos, sus dientes perfectamente blancos, su piel algo clara. Me vuelve a mirar y puedo descubrir en sus ojos una ternura tan infinita como el mar que contemplábamos hace unos segundos. Esos instantes, aunque sólo sean en mis sueños, hacen de cada noche un momento mágico.



Después está otro chico, sólo uno más, al que suelo llamar Erik por su considerable parecido con el príncipe de "La Sirenita" de Disney. Es un chico alto, moreno, con el pelo parecido al de Jack pero totalmente negro. Sus ojos son dos zafiros deslumbrantes de alegría, pues es un chico optimista, soñador, bromista, músico, algo bohemio y, sobretodo, protector. Él nunca me dejaría derramar una lágrima, por muy mal que esté. Siempre me haría sonreír antes, me acariciaría suavemente la mejilla (como tantas veces ha hecho ya) y me prometería que todo pasaría y que la luz llegará. Le sueño casi siempre despierta, cuando pienso en las musarañas, cuando veo películas románticas o escucho baladas de amor. Bailamos en nuestro mundo imaginario, a la luz de las velas, y me regala una sonrisa pícara que es capaz de hacerme perder la consciencia del espacio y del tiempo. Juntos observamos las estrellas, apoyados sobre la barandilla de nuestro balcón, a las afueras de una gran ciudad, lejos de la contaminación lumínica. Él siempre me cuenta mitos y leyendas de la Antigua Grecia. Ambos amamos la mitología griega y discutimos largamente sobre los dioses de aquella época, compartiendo también algunas opiniones sobre los mortales que se atrevían a desafiar a los dioses como Zeus, Atenea o Ares. Algunas veces, sólo viene, se sienta a mi lado, me mira, me da un beso en la mejilla para que sonría y se va. Suele ocurrir cuando veo en la tele alguna escena conmovedora o romántica. Creo que viene en esos momentos para que no me sienta sola. Pero a veces no se da cuenta y no aparece, y mi soledad me abraza. La sonrisa de Erik, creo que podría iluminar cualquier oscuridad. Él es como un enorme y radiante Sol que ilumina mis sueños, mis ideas, mis anhelos, mi mente y todos y cada uno de mis sentimientos. Él siempre me anima a soñar, a no dejar que se me escape esa dulzura tan propia de mí. Siempre lucha contra las sombras de mi corazón por y para mí. Destierra las tinieblas con una facilidad sorprendente y admirable. Sin miedo. Erik me hace no tener miedo. Combate mi soledad con tanta fuerza que me siento estúpida por creerme sola y perdida en este mundo. ¿Por qué iba a estarlo si siempre que lo desee puedo escapar al nuestro propio y ser feliz a su lado, con nuestras estrellas? Erik es luz de la Luna más llena y pura que se pueda imaginar.




Como decía al principio, ahora mismo me siento perdida en la oscuridad, y normalmente sólo me acompaña el segundo chico al que he descrito. El chico de mis sueños. Él me entiende, me acompaña en mis largas reflexiones sobre el mundo que me rodea y sobre mí misma. Es todo un filósofo. Me entiende. Sólo me mira, asiente y me abraza, porque sabe que lo necesito. Pero en realidad, en estos momentos, necesito más que nunca a Erik, para que destierre de nuevo la oscuridad, para que me ilumine con su luz. Para que me haga sentir que todo va bien y que nada va a pasar.

Claro que todo esto cambia por las noches, cuando mi Jack me abraza para ayudarme a dormir. Si no fuera por él, no sé qué haría.

Me siento incomprendida por la mayoría de la gente que me rodea. Diez meses, sólo pienso eso. Diez meses esperando a que ocurriera algo que no ha ocurrido. Pensaba que había encontrado a la persona adecuada, que podía superarlo todo. Pero no. Me siento tan decepcionada que nada más de pensarlo se me forma un nudo en el estómago que no me deja apenas respirar con normalidad. Lo peor es el dolor. Un dolor tan profundo que no se puede expresar con palabras. Recuerdo cuando se fue. Me quedé en la puerta y la cerré. Durante unos segundos contuve el aliento, pero después mis lágrimas se apoderaron de todo mi ser y el dolor fluyó. Deseaba gritar, golpear algo. Sentía (y siento) tanta rabia porque no hubiera salido bien que creo que voy a estallar.

No lo encuentro. No encuentro eso tan maravilloso que llaman “amor”. ¿Qué es? ¿Dónde está?

Es horrible confesarlo, pero envidio muchísimo a las parejas que veo por la calle, de la mano, besándose, abrazándose. Les envidio profundamente. No puedo evitarlo. Quiero sentir eso. Quiero sentirme amada y sentirme libre de corresponder con lo mismo. Pero no puedo. No tengo a nadie. Estoy sola. Completamente sola.

Estas son mis cicatrices y son parte de mi vida.
Y seguiré sola.
En medio de la nada, se me antoja este mundo al revés.
Sola, perdida en esta rabia se me escapa la vida otra vez.
Sola, que nadie me hace falta para alzarme en un vuelo
y volver a empezar.

martes, 7 de septiembre de 2010

Archivo de palabras tristes. I .


¿Cuántos gramos pesa mi alegría?
¿Cuánto pesa el miedo a ser feliz?
Nunca me he sentido tan perdida,
Y a ti tan lejos de mí.


Pues sí, me dejé llevar por la tontería de pensar que te quería un poco más que a mí. Pero no. Me doy cuenta de que no. Simplemente, he descubierto que en esto del amor a veces se debe ser un poco (o bastante en algunos casos) egoísta.

¿Mi problema? Pues que no sé ser egoísta.

Tengo una tendencia considerablemente importante de pensar siempre en los demás más que en mí misma. No puedo evitarlo. Soy así. Pero a pesar de eso, me he dado cuenta de que necesito amor, cariño, en mi vida. Y me resulta muy triste el hecho de no poder recibirlo de la persona que espero.

Aún así, no todo es tan triste. Tengo que pensar que, afortunadamente, estoy rodeada de personas que me brindan abrazos y besos sin yo pedirlo, sólo viendo que no estoy bien. David, Belén, Patri, Isa, Alma... ¿Qué decir?

Es increíble que algunas personas se den cuenta de este hecho tan fácilmente y otras estén tan sumamente sordas que, ni aún gritando que estoy muriéndome lentamente por dentro, me escucharían jamás. Y sólo cuando ven las lágrimas asomando en mis húmedos ojos, luchando por salir y yo luchando por contenerlas, sólo entonces notar la tormenta y la oscuridad presente en mi interior y sus raíces. Triste, sí, pero cierto, también.

Soy difícil. ¡Menuda novedad! Cuéntame algo que no sepa yo y que no sepas tú. Yo soy como soy, caótica, romántica, soñadora, a veces incomprensible, liberal, cariñosa, variable, algo desequilibrada, bohemia, luchadora, empática, versátil, música, magia. Eso soy yo. Pura magia que puedes o no entender, que puedes o no amar.

Pero ¿qué le voy a hacer? Es mi personalidad. Soy yo, enteramente yo. Y me quiero, y me gusto. Y no me da la gana de que nadie me haga odiarme a mí misma por mi forma de ser. No me resigno a eso de ir cambiando poco a poco mis tendencias corporales por culpa de nadie. Porque no. Porque yo soy yo y mis circunstancias y eso debe ser respetado, amado, compartido, por la persona que me acompañe. Si no lo haces, no me amarás, ¿no crees?

Si quiero dar un abrazo a quien sea, lo daré (y muy fuerte, por cierto), y si me apetece darle un beso a alguien, también lo haré. Porque lo necesito, porque así soy yo. Porque necesito dar amor y cariño y recibirlo en cantidades industriales. Si no puede dármelo la persona que me acompaña, quizás esté con la persona equivocada. Quién sabe.

Y si ese es el caso, más vale acabar ahora, que estamos a tiempo de no hacernos demasiado daño, que seguir con esta falsa.

Si me quieres, me harás reír, no llorar. No tendré que pedir perdón, ni tú tampoco porque nunca me harás daño (consciente o inconscientemente). No tendré que mirar con envidia a otras parejas. No tendré que estar continuamente esperando a que salga algo de ti, que sé que no va a salir. No será necesario reprimir un abrazo ni un beso. Es más, bastará una mirada. Nos amaremos con la mirada, nos besaremos con la mirada, haremos el amor con la mirada. Y sería todo tan fácil. Sólo tendrías que amarme. No entiendo qué haces aquí, parado, mirándome.

¿No ves que mi mundo se destroza con cada palabra tuya? ¿No sientes cómo cada lágrima va cargada con todo mi dolor? ¿Eres incapaz de acercarte para darme un simple abrazo? ¿No puedes tan siquiera besarme y decirme que todo va a estar bien, que lo sientes y que siempre vas a estar a mi lado? No. Y eso me hace pensar demasiadas cosas. Y una vez más, duele. Y lloro. Y descargo mi frustración, mi decepción, mi rabia, mi dolor, todos en esas lágrimas que frágilmente caen sobre mis mejillas.

Pero si no sientes amor, será mejor separar nuestros caminos, al menos un tiempo. Pues deberás decidir si me quieres realmente, tal como soy, o no.

Te amo, pero no puedo estar con alguien que no me demuestra su cariño de manera que yo lo note. Necesito compartir. Amar es compartir. Y nosotros no compartimos nada. Y este hecho me entristece profundamente. Porque yo sí que te amo.

Busco respuestas en mi absurda e insoportable soledad, llena de cosas tan discordantes como la música Linking Park y 30 Seconds to Mars (para descargar rabia), los primeros capítulos de Hospital Central (para matar el tiempo), un Solitario (para compensar mutuamente nuestra común soledad), mis dos Blogs (para poder expresar esto que siento y mis sueños más recónditos), y, por supuesto, el Tuenti (para poder cotillear la vida de otras personas).

Busco respuestas, sí, pero no las encuentro.

Así, un día más me aferro a mis mayores vicios en los momentos bajos: el helado de chocolate blanco del Mercadona, el tabaco, la música de mis amados 30 Seconds to Mars o mis adorados Coldplay, y algún libro de Laura Gallego que me haga soñar con mi querido Jack o algún otro personaje maravilloso, que me lleve lejos de aquí. Que me ayude a escapar de esta realidad tan poco esperanzadora a la que dentro de poco me tocará enfrentarme.

Mi soledad me ama.

Pero yo la odio cuando me hunde de esta manera.

No estamos con una determinada persona y por eso le abrazamos, besamos o pasamos tiempo con ella; sino que la necesidad de abrazar, besar o simplemente no poder vivir sin estar con una persona es lo que nos hace permanecer a su lado. Siempre.


lunes, 6 de septiembre de 2010

Estadística.

Inútil.

Incapaz.

Pesada.

Y es sobre todo esa sensación de decepción,
no con nadie,
sino conmigo misma.

¿Qué hago?

No quiero.
Siento que no puedo.
La impotencia es asfixiante.
No quiero ir.
Sólo quiero dormir
y que cuando despierte todo haya acabado.

Odio que el esfuerzo so signifique nada,
no sirva para nada.

No soporto estas lágrimas cayendo desde mis ojos,
deslizándose por mis mejillas.

Impotencia.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Nada.


¡Qué asco de nada!
¡Qué nada más absoluta!
¡Tan inquietante nada!
¡No sentir nada de nada!
Todo es nada, así, tan fácilmente.
¿Por qué?
Por nada.

Me siento desorientada, perdida, loca.
Entre la nada.
Nada.
Vago entre mis sombras.
Soy incapaz de afrontarlas.
Y otra vez la nada.
Nada
Las dejo vagamente que me ahoguen.
Nada importa.
Nada.
Una vez más, me dejo llevar.
Que me acunen en sus incorpóreos brazos.
Total, nada importa ya.
Nada.
Tan poco importa, que ni duele.
No siento nada.
Nada.

La nada de las nadas me acompaña hoy.
Y no se va.
Y me coge de la mano.
Nada.
Y me lleva a otra nada aún más oscura, tenebrosa y desesperante.
Oh, sí. Desesperante nada.
Todo fue una mentira.
Y todo fue nada.
Nada.
La mentira es la nada.
Nada.
Angustiante, perversa nada.
No hacer nada bien.
Nada.
Y darlo todo… por nada.
Nada.
Nada es perfecto.
Nada es nada.
Todo es nada.
¿Qué es la nada?

Déjame, terrible nada.
Porque me ahogas aún más.
Sin ninguna piedad.
Ninguna.
Nada.

Inventé una nada.
Para nada.
No sirvió de nada.
Y volví a caer para nada.
Nada.
Nunca consigo nada.
Nada.
Y ahora duele verme una vez más sumida en mi oscura nada.
Para nada.
Nada.

¡Qué asco de nada!
¡Qué nada más absoluta!
¡Tan inquietante nada!
¡No sentir nada de nada!
Todo ahora ya es nada.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Metamorfosis.

Caminaba sola por la arena, sintiendo cómo la arena acariciaba dulcemente sus pies desnudos. Miró al mar, al infinito mar, y descubrió en él una oscuridad tan penetrante, tan asfixiante, que no pudo evitar observarlo con pena. Tan enorme, tan inabarcable, tan incomprensible para un ser humano.

A pesar de que la Luna bañaba toda la playa y la acompañaba como fiel amiga y compañera, se sintió de repente muy sola y muy pequeña.

Se sentó sobre la arena, cerró los ojos e inspiró la suave brisa marina que azotaba sus largos cabellos al viento. Era como respirar paz. Allí, sola, se sentía a salvo, completamente a salvo de todo.

Allá a lo lejos se veía a una pareja caminando por la orilla, reglándose mutuos gestos de cariño, disfrutando. Y ella no pudo evitar sentirse aún más sola, y también desdichada. Envidiaba a aquella gente que era capaz de compartir, de dar sin esperar recibir. Aquellas personas que con una simple mirada se lo decían todo, sin necesidad de palabras que enturbiaran aquellos mágicos momentos.

¡Loca juventud! ¡Sinfín de posibilidades! ¡Dulces besos robados! ¡Cálidos suspiros tras hacer el amor!

La mujer cerró los ojos, sonriendo, y sacudió la cabeza, notando sus cabellos plateados ondeando sobre su cara.

Nadie merecía envejecer tan rápido, sin haber encontrado a aquella persona que la compenetrase de esa manera.

Los envidiaba, sí, pues no sabían lo que tenían. Quizás algún día lo perdieran y entonces, sólo entonces, lograrían valorarlo.

Se levantó lentamente, echó un último vistazo al inmenso mar y, sin más, se alejó de la orilla, caminando despacio, dejando que la brisa acariciase aquella triste, vieja y gris melena.

Para ella, nada volvería a ser como antes. Y no sabía si eso era algo bueno o malo.

Simplemente, su rumbo había cambiado y ahora debería volver a encontrar el camino.