lunes, 29 de noviembre de 2010

Me lo merezco.

Me lo merezco.

Por ser tan frágil, tan transparente, por abrirme el pecho y señalar dónde es el lugar idóneo para hacer daño.

Me lo merezco.

Por creer, por ilusionarme, por confiar en mí, por dejarme llevar.

Me lo merezco.

Por ser tan feliz, por defender mis ideas, por estar convencida de que todo saldría bien, por tener tanta tanta tanta fé en esto.

Me lo merezco.

Por hacerte caso, por pensar que podía acariciar el cielo, por sonreír como una idiota por las esquinas, por darlo todo, por arrancarme el corazón y entregarlo sin rodeos.

Pero me lo merezco, sobretodo, por confiar ciegamente en la gente. Debo de ser imbécil porque ni a base de golpes aprendo. Y ahora mi corazoncito, nuevamente destrozado por cualquier tontería, me recuerda lo ilusa que soy.

Nunca aprenderé a no ilusionarme. :(

sábado, 27 de noviembre de 2010

Los que te odian son admiradores secretos que no entienden por qué tantos te aman.
(Paulo Coelho)



Grandes verdades las que descubre una cada día, ¿verdad? Nunca he leído nada de Paulo Coelho, pero hace apenas unos minutos, mi madre me ha enseñado esa frase. Y me ha sorprendido sentirme tan enormemente identificada con ella. Me siento comprendida al leer esto.

Desde mi punto de vista, la personalidad es la capacidad de cada uno de elegir su camino sin dejarse llevar por las ideas de nadie que no sea él mismo. La personalidad es la representación cotidiana del alma, del ser de una persona.

Debo reconocer que esto que yo llamo personalidad es un bien considerablemente escaso en este mundo de locos que me rodea. Veo a diario gente incapaz de decidir por sí misma, gente que se encierra en otras personas y es incapaz de ver más allá de ellas, gente que utiliza a quien le interesa en cada momento, gente capaz de tergiversar todas tus palabras y actos, gente que jamás permitirá que le corrijas o le rebatas algo, que derrumbará tus ilusiones y sueños con crueldad, gente que por el simple hecho de no entenderte no te dejará expresarte, gente egoísta y envidiosa... ¡Hay tantos tipos de gente!

Personalmente, me alegro de no ser igual que mucha gente. Puedo ser quizás demasiado idealista, soñadora o ilusa. Puedo no ser lo suficientemente madura para afrontar ciertas situaciones. Puedo ser un poco infantil a veces. Puedo ser, en ocasiones, un tanto radical con algunas de mis ideas. Puedo ser todo eso. E incluso mucho más. Pero, al fin y al cabo, soy como soy. Con todo. Sin quitar nada. Y aunque a veces parezca mentira, hay gente que realmente me ama por ser así. ¿Y sabéis qué? Que es algo increible.

Personalidad... Sí, de eso la gente no suele tener mucho. Resulta mil veces más fácil dejarse llevar por la corriente o por lo que te digan los demás, que defender tus propias ideas. Sin embargo, si alguna persona decide estar contigo, es que desea permanecer ahí, a tu lado a pesar de todo, es decir, a pesar de tu forma de ser y de tus circunstancias. No creo que sea posible querer a una persona sólo cuando nos está proporcionando algo, cuando nos interesa por lo que sea. No. Eso no es querer. Eso es manipular. Si tú quieres a alguien, le quieres con todo: con lo bueno, con lo malo, con sus triunfos, con sus errores, con sus locuras, con su sensatez. Con todo. No se puede utilizar a la gente a tu antojo. Primero porque no es justo, segundo porque tú no eres superior a NADIE y tercero porque no te imaginas el daño que puedes hacer.

¿Yo? No uso de eso. No utilizo a nadie ni juego con nadie, y, además, paso de la gente que me utiliza. Antes me podía doler. Ahora sólo son un puñado de admiradores secretos que me odian porque no entienden que otros muchos me amen. Y eso es una verdad enorme, aunque invisible para algunos. ¿Qué le vamos a hacer? Dejémosles ser felices en su ignorancia. Total, tiene que haber gente para todo. A mí, personalmente me inspiran algo de pena.

Yo tengo mis ideas, mis sueños, mis cosas en general. Y no las cambiaré. Todo eso da lugar a mi personalidad. Y no, no la cambiaré nunca. Seguiré siendo igual, aunque me iré haciendo mucho más fuerte contra ese tipo de gente sin personalidad ni vida propia, conforme pase el tiempo.

Hoy soy feliz, estoy en casa, rodeada de personas que me quieren con locura. Además, ayer quedé con la persona más especial (aparte de mi familia) que tengo aquí, en casa, en mi pueblucho. Y sí, soy feliz. Porque los quiero. Intensamente. Libremente. Personalmente.

Me cosen las alas y me ayudan a volar. Son mis ángeles particulares.



Magic is believing in yourself, if you can do that, you can make anything happen. // La magia es creer en uno mismo, si lo haces, podrás lograr cualquier cosa.
(Goethe)

lunes, 22 de noviembre de 2010

Decisiones.

Las paredes se cerraban sin piedad sobre ella.

Caía el pesado techo poco a poco, acercándose cada vez más a su cabeza.

Se encogió sobre sí misma y abrazó sus rodillas. La humedad y el calor ambiental eran tales que sentía cómo poco a poco su respiración se hacía más dificultosa. Intentó pensar en la luz, en un desierto, seco, infinito. Pero era también asfixiante.

Miró a su alrededor y contempló cómo las cosas iban desapareciendo a su alredor. No explotaban ni se rompían, simplemente se desvanecían. La estantería, el escritorio, el armario... Todo se convertía en nada.

Deseaba gritar, pero su cuerpo no le respondía, ni mucho menos sus cuerdas vocales. Asustada, intentó por todos los medios moverse, desasirse de unas ataduras invisibles que mantenían sus miembros en posición extendida sobre la cama.

Ya no podía siquiera respirar. Sus ojos se nublaban, a pesar de que luchaba por conseguir ver algo. De repente se dio cuenta de que tampoco podía llorar. No podía pensar. Estaba en una especie de estado vegetal, semiconsciente de lo que estaba pasando.

Cuando vio la muerte cernirse sobre ella de manera implacable, no pudo evitar desear con las pocas fuerzas de voluntad que le quedaban, que le gustaría haber sido más feliz y sonreír aunque fuese sólo una vez al día, por muy terrible que este fuese.


Cuando despertó, sudaba copiosamente. Eran las 3 de la madrugada y la habitación estaba a oscuras. Rápidamente encendió la luz y vio que las paredes no se movían, que el ambiente, a pesar de estar un poco cargado, no era asfixiante y que el mobiliario no desaparecía de repente. Respiró, aliviada, y se destapó. Tenía mucho calor. Se levantó de la cama, encendió la luz de la mesilla de noche y se dirigió al baño para echarse agua en la cara y así aliviar su ardor corporal.

Cuando volvió a la habitación, se desnudó por completo. Decidió a partir de entonces dormir desnuda siempre. Al pensar en aquella terrible pesadilla que acababa de vivir, decidió también sonreír todos los días aunque fuese sólo una vez, reírse con ganas durante 10 segundos todos los días, levantarse a su hora siempre, dejar de perder el tiempo (ya que es algo irrecuperable), no pensar en lo que le depararía el día y, lo más importante, nunca cambiar su bondad, su dulzura, su imprevisibilidad, su inocencia, su amor, sus creencias, sus sueños, sus metas... Su forma de ser, al fin y al cabo.

Sería vulnerable, sí, pero es que así era ella. Era demasiado fácil hacerle daño, sí, pero es que no podía cambiar ahora aquella arrebatadora y embriagadora personalidad suya. Habría gente que le daría la espalda, sí, pero sería gente que entonces no merecía la pena.

Con estas ideas, se volvió a acostar en la cama, en posición fetal, abrazando su peluche.

Mañana empezaría un nuevo día. Cargado de sonrisas, despreocupaciones y felicidad. A partir de ahora, todos sus días serían así.

Con una sonrisa dibujada en los labios se volvió a dormir.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Mañana de viernes rara.

Me gusta pasear por las calles a media mañana. Sobre todo cuando me siento tan rara o desanimada como hoy. Sí, salir me hace feliz.

Voy caminando por las calles más concurridas de Puerto Real, sintiéndome totalmente libre. Nadie me mira y, si lo hacen, me da exactamente igual. Soy una desconocida, y ellos también lo son para mí. Y sí, me encanta. Me siento libre para ir vestida sin conjuntar, me siento libre para no ir peinada como Dios manda, me siento libre para ir tarareando por la calle, me siento libre para ser libre. ¡Es genial!

En mi camino me cruzo con personas mayores, con madres ajetreadas que van corriendo a recoger a su niño del colegio, con hombres que van o vienen del bar para tomar una cañita antes de ir a casa, con niños de preescolar que ya han salido de sus inocentes clases, con alguna gente joven que viene de compras o del médico, con unos cuantos universitarios que no tienen clase o han preferido el calor de las sábanas al frío del aula...

Miles de personas pasan a mi alrededor. Y, sin embargo, voy caminando tan encerrada en mi mundo propio que no soy consciente de ello hasta que pasa a mi lado una señora mayor que utiliza el mismo perfume que mi abuela. Y el corazón me da un pequeño vuelco. Dedico un pensamiento lleno de mi amor a mi preciosa abuela, la mujer más maravillosa del mundo, seguida de su hija, mi madre.

Justamente en ese momento estoy pasando frente a un colegio. Las madres, unas fumando y algo nerviosas, y otras cotilleando, esperan ansiosamente a sus pequeños para volver a casa y descansar o cumplir con los deberes cotidianos que no ha podido terminar esta mañana. Algunas van acompañadas por sus otros hijos, los que estan en la guardería o preescolar. Me resulta super gracioso ver a los críos con las caritas pintadas, disfrazados de gatos, mariposas... En fin. Obviamente no puedo evitar dedicarle unos instantes de inopia a mi hermana Laura. Cuando iba a recogerla yo al colegio y venía con la carita maquillada de algún animal, o me cantaba la canción que había aprendido aquel día en clase.

Me invade una sensación de nostalgia y ternura. Pienso en mi hogar, mi familia, mi casa, mi pueblo. Es inevitable.

Continuo andando. En algunas esquinas se ven grupos de chavales jóvenes, adolescentes, fumando o bebiendo litronas. Me inspiran algo de indignación y un poco de pena. Pero son libres de hacer lo que quieran, ¡qué le vamos a hacer!

Por fin llego a casa, me peleo con el mando del aire acondicionado para configurar la calefacción, me doy una ducha y almuerzo con una de mis compañeras de piso y sus dos compañeros.

Al subir a mi habitación, suspiro. Me ha gustado el paseo de este mediodía. Me ha sentado bien. Estoy pensando seriamente en repetirlo más a menudo. Me gusta.

Por ahora está siendo un día interesante. Mejor que ayer. Y que antes de ayer.

Las pequeñas cosas, al fin y al cabo, son las que te hacen la vida especial.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Necesidad.

Le echo de menos...

Le echo tanto de menos que se me encoge el corazón cada vez que soy consciente de que no está.

Lo peor de este mundo es probar la miel en tus labios, saborearla, amarla... y que luego ya no esté.

La espera agónica de una llamada o un inocente zumbido en el messenger. Es algo cruel que te va matando lentamente.

Esto es como una montaña rusa: a ratos volamos muy alto y otra veces (muy pocas en realidad) nos dejamos caer en picado. Siempre para después volver a subir a toda velocidad.

Pero ahora le echo de menos. Intensamente.

Es difícil de explicar. Y me da miedo. Mucho miedo.

Es como una droga de efectos adictivos inmediatos. En cuanto la pruebas, quieres más y más y más y más... Y así continuamente.

Repito: me da miedo. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así, tan... intenso. Por eso me asusta.


Sé que es amor. Lo sé. Pero existen demasiados tipos de amor.

Este es ese tipo de amor que te quema por dentro pero cuya llama te esfuerzas por apagar. Y, sin embargo, ignorarlo es algo tan imposible como tocar el Sol sin abrasarte los dedos.

Es más que pasión. Va mucho más allá. Es algo que con el tiempo se va clavando cada vez más y más dentro de ti, sin que puedas evitarlo.

Amar es adorar a una persona con cada fibra de tu ser. Y si eres correspondido, es aún más hermoso, más bello. Para mí, amar es la comunión de los espíritus. La compenetración y adoración mutua de dos seres capaces de entrelazar sus pensamientos, sus deseos, sus sueños. Esa necesidad de compartir, de estar con esa persona, de sentirla a tu lado, de ansiar amarla...

Todo eso... ¿es amor? Lo es. Para mí lo es.

En fin... sigo pensando que el amor mueve el mundo.

O al menos mi mundo.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuando cae la tarde.

Cuando llegó a casa, la encontró dormida en el sofá, cubierta parcialmente por una manta. La miró, sonriendo. Estaba preciosa.

El vientre le había crecido notablemente en los últimos cuatro meses y ahora una mano de ella reposaba sobre el mismo. Sobre el vientre en el que estaba creciendo aquella criatura, su primer hijo.

Se acercó silenciosamente hasta el sofá y, tras taparla un poco más, le besó la frente con ternura. De la misma forma, aún observándola con ojos tiernos, se alejó de allí hacia su habitación.

- ¿Por qué te vas? -murmuró ella aún sumida en el dulce abrazo del sueño.

Él se detuvo y la miró. Ella le tendía la mano para que se volviese a acercar, mientras sus ojos se acostumbraban a la luz.

Se sentó en el sofá, a su lado, y ella se incorporó, abriendo sus expresivos ojos marrones.

- ¿Qué tal tu día? -preguntó ella sonriendo y acariciándole la mano.

- Eso debería preguntar yo, ¿no? -le contestó él, divertido-. Mi día ha ido bien, como siempre. La misma rutina de todos los días. Ya sabes.

- Sí, ya sé.

Se quedaron en silencio, mirándose a los ojos. Aquellas miradas compartidas, compenetradas, enlazadas, eran algo que les encantaba compartir. Poco después, los ojos de él, con sus iris de color esmeralda, se deslizaron hasta el vientre de ella, que, sonriendo, le tomó la mano y la colocó sobre su hinchada barriga.

- Casi puedo sentirlo crecer -comentó tiernamente él.

- Me encanta oír su corazón -contestó ella, y sus ojos se iluminaron con un brillo especial-. Quédate conmigo un ratito.

- Por supuesto, mi vida -dijo él, y, acto seguido, los dos se acomodaron entrelazados en el sofá.

Pasaron así varias horas, contemplando el fuego de la chimenea del salón, respirando acompasadamente, durmiendo a ratos, soñando juntos.

La escena resultaba tan perfecta que, cuando él fue consciente de esto, se le aceleró el corazón. Acarició el suave y ondulado cabello de ella, desparramado sobre su hombro. Sentía que tenía a su lado a la mujer más maravillosa del mundo. No sabía por qué lo había elegido a él para compartir su vida, pero él sí tenía muy claro que aquella era la única mujer en el mundo con la que deseaba compartir momentos como ese.

La observó. Había cogido peso durante los meses que llevaba de embarazo, pero aún así, le parecía que estaba más preciosa y radiante que nunca.

Suspiró.

Por fin había encontrado una estabilidad verdadera, junto al amor verdadero. Y sabía que aquello no cambiaría en muchísimo tiempo, tal vez jamás.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Hace algún tiempo...

Estaba nerviosa.

Sabía que iba a pasar, pero quería evitarlo a toda costa. No sabía que hacer. Temblaba levemente y esperaba que él no lo notase.

Sus caras estaban muy cerca, demasiado, quizás.

Un escalofrío recorrió su espalda, pero se esforzó por disimularlo intentando no estremecerse en los brazos de él, que la rodeaban llenándola de calor.

No era el momento, no estaba preparada.

Se intentó retirar un poco, pero hacía frío. Además los brazos de él la aprisionaban firmemente, como si no quisiese dejarla escapar por nada del mundo.

Lo entendía, también ella había sentido algo parecido en distintas ocasiones. Era un repentino e intenso deseo de detener el tiempo, de evitar que aquel momento acabase. Pero en aquellos precisos instantes que se le hiciero raramente eternos, no deseaba parar el tiempo. Al contrario, deseaba acelerarlo.

Y no es que no estuviera a gusto con él, no. Es más, le ocurría justamente lo contrario. Lo que le pasaba era simplemente que no podía dejar que pasase, que se abriese una puerta que aún no estaba preparada para cruzar.

Notó cómo el abrazo se aflojaba un poco y aprovechó para separarse un poco de él, siempre suavemente. Le dió un beso en la mejilla y sonriéndole le deseo buenas noches.

Él la miró de una forma que resultaba difícil descifrar. Pero ella era especialista en descifrar miradas y gestos de la gente. Y sabía todo lo que contenía aquella mirada. Lo sabía perfectamente. Aún así lo ignoró. Fingió (aunque le costó mucho) que no había visto nada y, haciendo un gesto con la mano se despidió por última vez.

No miró hacia atrás, aunque tampoco le hacía falta para saber todas las dudas, sensaciones, pensamientos que había dejado impresas en el alma del chico.

Llegó a casa y se dejó caer pesadamente en uno de los sofás. Se sentía mal. Algo confundida. No sabía qué hacer. Pero si había algo que tenía claro era que no era el momento.

Irónicamente, recordó que, hacía aún más tiempo, conoció a alguien con quien necesitó aún más tiempo para poder dar pie a algo más que una amistad. Sonrió al recordarlo. Ahora era una de las personas más especiales y esenciales en su vida. De hecho, ambos tenían varias cosas en común. Los dos le hacían sentir especial, como una niña pequeña. Se sentía protegida cuando estaba al lado de cualquiera de los dos.

Era una sensación rara. Era algo quizás más allá de la amistad, pero sin llegar al amor. Le gustaba que la mimasen de aquella manera tan dulce, tan especial. Pero precisamente en aquel momento no quería llegar a más.

¡Menudo lío!

Decidiendo dejar de pensar en el asunto, se dió una ducha de agua fría, se preparó algo rápido para cenar y se dejó caer de nuevo en el sofá, hundiéndose entre mantas que le aportaban el calor que no había encontrado en el agua de la ducha. Que la calentaban.

Como los brazos de él rodeando sus hombros o su cintura, protegiéndola de todo.

De nuevo, su mente empezó a funcionar a toda velocidad.

No tenía remedio. ¬¬''

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Una semana cualquiera.

El día amanecía lluvioso. Genial. Era lo que faltaba.

Un insistente dolor de cabeza le golpeaba las sienes sin piedad alguna, pero ella hacía todo lo posible por ignorarlo. Pesadamente se levantó de la cama y encendió la luz. Sus ojos se vieron cegados ante el contraste de la dulce penumbra del sueño y la intensidad lumínica que desprendía el flexo.

Otro día más.

Mientras caminaba hacia la universidad, escuchaba música de estilo rock alternativo mezclado con un poco de heavy metal. Era raro, ya. Pero le apetecía. Pensaba en las clases que tenía hoy. ¡Qué pocas ganas, la verdad! Se estaba mucho mejor en la cama, pero últimamente no tenía apenas tiempo ni para dormir. Eran demasiadas cosas las que tenía que hacer. Rió para sí, sarcástica. Había pasado la mayor parte del verano algo amargada por no encontrar nada mejor que hacer que estudiar, que ya en cierto modo la aburría, y de repente tenía tantas cosas que hacer y preparar que le faltaban horas del día y días de la semana.

Es lo que llaman extrés. Mierda. Tenía extrés. Decidió de inmediato no concederle tanta importancia. Total, ya se iría quitando cosas de encima poco a poco. Sin embargo, a menudo sentía enormes impulsos de llorar o tenía la sensación de que en cualquier momento el agotamiento podría con ella y se desmayaría allí mismo.

Así, la semana transcurrió entre agobios, prácticas, clases, reuniones, trabajos, etc. y no había tenido apenas un momento para ella. No quiso pensar en ello y el viernes, tras haber dormido apenas 5 horas, se fue a la universidad con la maleta y la mochila, dispuesta a dar un último seminario antes de regresar con los suyos.

A la hora de coger el tren, agradeció infinitamente que un amigo se quedase a su lado, de la misma forma que otro amigo había salido con ella la noche de antes para dar una vuelta y despejarse. Cada vez que se paraba a pensar en esos pequeños detalles, se le inundaba el pecho de agradecimiento. Pero claro, no es algo que le resultara fácil expresar, por lo que esperaba transmitir con la mirada aquel sentimiento.

Cuando llegó a casa y vio a su familia, a pesar de su agotamiento, puso todo el esfuerzo de su parte para regalar sonrisas a todo el mundo y que pudiesen disfrutar al máximo de su compañía. Estaba en realidad tan débil a nivel psicológico que hasta el simple hecho de ver una película de Disney con su hermana pequeña había conseguido arrancarle un par de lágrimas. Había ido para hacerles más felices, para tranquilizarlos, para ayudarlos con sus problemas. Pero ¿y ella? En realidad no esperaba recibir ningún tipo de ayuda con sus propios problemas, por eso se sorprendió tanto cuando, en el viaje de vuelta, comprendió claramente todo lo que los suyos, consciente o inconscientemente, habían hecho por ella aquel fin de semana. Y no quería irse de casa, volver al extrés. ¡No! Pero en esta vida, cada uno, aparte de derechos y privilegios, tiene unos deberes con los que cumplir. Y el suyo era estudiar, cosa que en realidad no le disgustaba puesto que disfrutaba con ello. Pero resultaba duro haber disfrutado tan fugazmente del hogar y tener que partir para sumergirse en el agobio y el extrés que implicaba su rutina lejos de allí.

Llegó a su lugar de residencia, cerca de la universidad, tarde. Muy tarde. Además estaba aún más agotada que cuando se había ido. Le dolía todo el cuerpo, especialmente la espalda de haber cargado con todos sus trastos desde la estación hasta allí.

Al entrar en su habitación no pudo evitar sonreír. Era un refugio. Su refugio. Un lugar tan acogedor y personal para ella que le hacía sentir, de alguna forma, más cerca de aquel hogar del que acababa de venir. Era un fragmento de su pequeño (pero diverso) mundo propio.

Tras deshacer perezosamente la maleta, se puso el pijama y se dejó caer sobre la enorme cama de matrimonio. No podía más. Se quedó dormida al instante. Sumergiéndose en sus sueños, ilusiones y anhelos más profundos. Dejándose llevar por el torrente de luces parpadeantes que no sabía hacia dónde la llevarían en aquella ocasión.

Mañana sería otro día, sí. Otro día más de esos de no parar ni un sólo segundo. Otro día rutinario. Pero no merecía la pena pensar en eso ahora.

¡Quién le iba a decir que apenas dos días después estaría mal física y fisiológicamente por culpa de todo aquel extrés acumulado que había luchado por ignorar; que todo ese agobio le pasaría factura derramándose sobre ella como una jarra de agua helada, desconcertándola, debilitándola!

No podía saberlo. Pero, al menos, se sentía genial consigo misma por haber hecho felices a aquellos a los que más quería en el mundo. Su familia. Su todo.

Había cumplido su mayor propósito. :)

martes, 9 de noviembre de 2010

Secretos...

No quería entrar, pero lo hizo. Algo la impulsó a hacerlo. Leyó la primera publicación, y al llegar al punto 56 se arrepintió inmediatamente.



Secretos. Todo el mundo los tiene. Hay miles, millones, quizás, de secretos por persona. Pero hoy puedo asegurar que no hay nada peor que descubrir que alguien a quien creías conocer, en quien confiabas plenamente, a quien amas profundamente, guarda miles de secretos en su interior. Secretos que no imaginabas, que jamás podrías haber intuido, que de repente te duelen como crueles puñales atravesando tu alma. Es aún peor si esa persona es alguien tan cercano. Duele más si ese ser es alguien que creías conocer casi por completo y, de alguna forma que no alcanzas a comprender, te decepciona tanto. Tantísimo. Deseas llorar pero ¿para qué? No sirve de nada llorar. Llorar ¿de qué? ¿De pena? ¿De decepción? Sacudes la cabeza tan triste que, de repente, todo en el mundo pierde su color. Es como si hubieses presenciado la muerte de una estrella, que sabes que no volverá jamás.

Que una persona tenga dos caras es, a veces, algo normal. Pero en esos casos, uno se lo imagina, lo intuye, lo siente. En este no. Este es distinto. Completamente diferente a cualquier cosa que podría imaginar. Sí, vale. Quizás esté exagerando, pero en este preciso momento siento un excesivo impulso de cruzar volando 216 kilómetros, dar una bofetada a esa persona y volver a la misma velocidad a esta enorme cama, donde siento cómo me hundo en la más profunda de las tristezas.

Secretos. Sí. Yo también tengo los míos. Esos que no sabe nadie. Pero no entiendo por qué esta persona es capaz de ser así. Tan fría, calculadora, insensible… Me da miedo. Me da pánico, terror, sólo de pensarlo. No sé como mirarle a partir de ahora. No sé qué decirle a partir de ahora. Siento que es alguien totalmente desconocido. Un ser que no es el que yo creía conocer. Y lo peor es que no dejo de preguntarme una y otra vez "¿Por qué? ¿Por qué tienes que ser tan cruel, tan mentiroso/a, tan desagradecido/a, tan falso/a, tan mala persona? ¿Por qué?". La respuesta, tal y como imaginaréis, es inexistente.

La culpabilidad me inunda como un torrente imparable, como una enorme ola tras la que se esconde toda la fuerza del infinito mar. Pienso en todo lo que yo he podido tener que ver con esto. Y, aunque asumo mi posible parte de culpa, no me parece justo. No es justo. Es demasiado horrible, demasiado egoísta, demasiado imposible como para creerlo. Pero es. Lo es. Es verdad. Y es totalmente sincero lo que acabo de leer. Ya digo que me da miedo. Y repito: me parece tan injusto…

Cada día estoy más segura de que este mundo no es para mí. Porque estos golpes que me suele dar la vida son a veces tan difíciles de asimilar que creo que acabarán por matarme prematuramente. No puedo sufrir más. Estoy cansada de intentar hacer feliz a todo el mundo y fracasar tan estrepitosamente. No sé ni lo que quiero, y es verdad. Pero hay algo que siempre he tenido muy claro, por encima de todo, para bien o para mal, y es que: Los demás primero, después yo. Y ahora ya empiezo a dudar si es una buena filosofía de vida, porque hacer eso facilita el camino para aquellos que quieren hacerme daño.

Con el paso del tiempo he ido aprendiendo a base de golpes que no puedes confiar en nadie (excepto en mi madre, mi padre y mi abuela) y no es por nada, sino por el simple hecho de que ya estoy acostumbrándome a que me falle la gente, a que mi mundo se vuelva al revés, a que me pisoteen, me pasen por encima, me hundan, me humillen de maneras insospechadas. A partir de ahora, eso cambiará. Lo juro. Ni una vez más. Ya he tenido bastante.


Sí, estoy depresiva ¿y qué? Lo estoy porque me da la gana, porque ahora mismo tengo motivos para estarlo. Porque se me ha caído una estrella que brillaba preciosa en mi cielo particular. Sí, estoy mal. Muy mal ahora mismo. Pero ya digo que estoy acostumbrada a que me hagan daño, incluso personas por las que yo SÍ daría la vida sin pensarlo dos veces (ni una tampoco), como es el caso.

Supongo que el tiempo pone a cada uno en su lugar y demuestra si nos equivocamos o no. Sí, así es. Para bien o para mal eso es lo que hay. Asumámoslo. De todas formas, el tiempo pasa demasiado lento para algunas cosas y demasiado rápido para otras. Es algo relativo, como dice un amigo mío. Por eso, creo que esperaré a ver qué pasa. Y seguiré atenta a nuevos descubrimientos que, espero, no sean tan dolorosos como este.

Por ahora, me he prometido a mí misma dejar de creer en la gente hasta que se demuestre lo contrario. Y, creedme, no es algo agradable hacer esto, pero necesito algo o alguien sobre lo que apoyar mi fé, mis esperanzas, mis sueños, mis deseos.

A veces pienso que acabaré volviéndome loca.

¡Qué se le va a hacer! Algunos sí que tenemos sentimientos y no somos rencorosos ni insensibles.

Prefiero volverme loca de amor, de sentir, que volverme loca de mirarme el ombligo.

Lo retomo.

Desde este mismo día, en este mismo instante, retomo este blog.

Ya véis que mi voluntad flaquea bastante, pero es algo que pienso ir corrigiendo con el paso del tiempo. Además, por ahí dicen que "la cabra tira al monte". Pues eso hago yo. Vuelvo a mis orígenes.

Tengo mil historias que quiero contar. Tengo mil una impresiones que deseo expresar aquí. Y tengo la fuerza necesaria para hacer frente a las críticas de la gente que no sepa entender lo que escribo y pedirles amablemente que dejen de leerme.

Además de todo esto, por si no fuera poco, hay algo que quiero gritar aquí, ahora mismo:

¡VIVA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN!


¿Y por qué? Pues mira, porque me da la gana. Porque, ya que no suelo expresarme con palabras habladas porque me cuesta la misma vida, prefiero hacerlo por aquí. Porque es mi refugio, mi rincón, una parte de mi alma. Y a quien no le resulte agradable (o al menos soportable), es que tampoco yo le resulto agradable (y le resulto insoportable).

Así pues, ¡que comience a correr tinta en mis cuadernos multiusos!



PD: Lamento mi ausencia, pero vuelvo con más ganas aún. Gracias, mamá. Te quiero.