miércoles, 10 de noviembre de 2010

Una semana cualquiera.

El día amanecía lluvioso. Genial. Era lo que faltaba.

Un insistente dolor de cabeza le golpeaba las sienes sin piedad alguna, pero ella hacía todo lo posible por ignorarlo. Pesadamente se levantó de la cama y encendió la luz. Sus ojos se vieron cegados ante el contraste de la dulce penumbra del sueño y la intensidad lumínica que desprendía el flexo.

Otro día más.

Mientras caminaba hacia la universidad, escuchaba música de estilo rock alternativo mezclado con un poco de heavy metal. Era raro, ya. Pero le apetecía. Pensaba en las clases que tenía hoy. ¡Qué pocas ganas, la verdad! Se estaba mucho mejor en la cama, pero últimamente no tenía apenas tiempo ni para dormir. Eran demasiadas cosas las que tenía que hacer. Rió para sí, sarcástica. Había pasado la mayor parte del verano algo amargada por no encontrar nada mejor que hacer que estudiar, que ya en cierto modo la aburría, y de repente tenía tantas cosas que hacer y preparar que le faltaban horas del día y días de la semana.

Es lo que llaman extrés. Mierda. Tenía extrés. Decidió de inmediato no concederle tanta importancia. Total, ya se iría quitando cosas de encima poco a poco. Sin embargo, a menudo sentía enormes impulsos de llorar o tenía la sensación de que en cualquier momento el agotamiento podría con ella y se desmayaría allí mismo.

Así, la semana transcurrió entre agobios, prácticas, clases, reuniones, trabajos, etc. y no había tenido apenas un momento para ella. No quiso pensar en ello y el viernes, tras haber dormido apenas 5 horas, se fue a la universidad con la maleta y la mochila, dispuesta a dar un último seminario antes de regresar con los suyos.

A la hora de coger el tren, agradeció infinitamente que un amigo se quedase a su lado, de la misma forma que otro amigo había salido con ella la noche de antes para dar una vuelta y despejarse. Cada vez que se paraba a pensar en esos pequeños detalles, se le inundaba el pecho de agradecimiento. Pero claro, no es algo que le resultara fácil expresar, por lo que esperaba transmitir con la mirada aquel sentimiento.

Cuando llegó a casa y vio a su familia, a pesar de su agotamiento, puso todo el esfuerzo de su parte para regalar sonrisas a todo el mundo y que pudiesen disfrutar al máximo de su compañía. Estaba en realidad tan débil a nivel psicológico que hasta el simple hecho de ver una película de Disney con su hermana pequeña había conseguido arrancarle un par de lágrimas. Había ido para hacerles más felices, para tranquilizarlos, para ayudarlos con sus problemas. Pero ¿y ella? En realidad no esperaba recibir ningún tipo de ayuda con sus propios problemas, por eso se sorprendió tanto cuando, en el viaje de vuelta, comprendió claramente todo lo que los suyos, consciente o inconscientemente, habían hecho por ella aquel fin de semana. Y no quería irse de casa, volver al extrés. ¡No! Pero en esta vida, cada uno, aparte de derechos y privilegios, tiene unos deberes con los que cumplir. Y el suyo era estudiar, cosa que en realidad no le disgustaba puesto que disfrutaba con ello. Pero resultaba duro haber disfrutado tan fugazmente del hogar y tener que partir para sumergirse en el agobio y el extrés que implicaba su rutina lejos de allí.

Llegó a su lugar de residencia, cerca de la universidad, tarde. Muy tarde. Además estaba aún más agotada que cuando se había ido. Le dolía todo el cuerpo, especialmente la espalda de haber cargado con todos sus trastos desde la estación hasta allí.

Al entrar en su habitación no pudo evitar sonreír. Era un refugio. Su refugio. Un lugar tan acogedor y personal para ella que le hacía sentir, de alguna forma, más cerca de aquel hogar del que acababa de venir. Era un fragmento de su pequeño (pero diverso) mundo propio.

Tras deshacer perezosamente la maleta, se puso el pijama y se dejó caer sobre la enorme cama de matrimonio. No podía más. Se quedó dormida al instante. Sumergiéndose en sus sueños, ilusiones y anhelos más profundos. Dejándose llevar por el torrente de luces parpadeantes que no sabía hacia dónde la llevarían en aquella ocasión.

Mañana sería otro día, sí. Otro día más de esos de no parar ni un sólo segundo. Otro día rutinario. Pero no merecía la pena pensar en eso ahora.

¡Quién le iba a decir que apenas dos días después estaría mal física y fisiológicamente por culpa de todo aquel extrés acumulado que había luchado por ignorar; que todo ese agobio le pasaría factura derramándose sobre ella como una jarra de agua helada, desconcertándola, debilitándola!

No podía saberlo. Pero, al menos, se sentía genial consigo misma por haber hecho felices a aquellos a los que más quería en el mundo. Su familia. Su todo.

Había cumplido su mayor propósito. :)

No hay comentarios:

Publicar un comentario