viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuando cae la tarde.

Cuando llegó a casa, la encontró dormida en el sofá, cubierta parcialmente por una manta. La miró, sonriendo. Estaba preciosa.

El vientre le había crecido notablemente en los últimos cuatro meses y ahora una mano de ella reposaba sobre el mismo. Sobre el vientre en el que estaba creciendo aquella criatura, su primer hijo.

Se acercó silenciosamente hasta el sofá y, tras taparla un poco más, le besó la frente con ternura. De la misma forma, aún observándola con ojos tiernos, se alejó de allí hacia su habitación.

- ¿Por qué te vas? -murmuró ella aún sumida en el dulce abrazo del sueño.

Él se detuvo y la miró. Ella le tendía la mano para que se volviese a acercar, mientras sus ojos se acostumbraban a la luz.

Se sentó en el sofá, a su lado, y ella se incorporó, abriendo sus expresivos ojos marrones.

- ¿Qué tal tu día? -preguntó ella sonriendo y acariciándole la mano.

- Eso debería preguntar yo, ¿no? -le contestó él, divertido-. Mi día ha ido bien, como siempre. La misma rutina de todos los días. Ya sabes.

- Sí, ya sé.

Se quedaron en silencio, mirándose a los ojos. Aquellas miradas compartidas, compenetradas, enlazadas, eran algo que les encantaba compartir. Poco después, los ojos de él, con sus iris de color esmeralda, se deslizaron hasta el vientre de ella, que, sonriendo, le tomó la mano y la colocó sobre su hinchada barriga.

- Casi puedo sentirlo crecer -comentó tiernamente él.

- Me encanta oír su corazón -contestó ella, y sus ojos se iluminaron con un brillo especial-. Quédate conmigo un ratito.

- Por supuesto, mi vida -dijo él, y, acto seguido, los dos se acomodaron entrelazados en el sofá.

Pasaron así varias horas, contemplando el fuego de la chimenea del salón, respirando acompasadamente, durmiendo a ratos, soñando juntos.

La escena resultaba tan perfecta que, cuando él fue consciente de esto, se le aceleró el corazón. Acarició el suave y ondulado cabello de ella, desparramado sobre su hombro. Sentía que tenía a su lado a la mujer más maravillosa del mundo. No sabía por qué lo había elegido a él para compartir su vida, pero él sí tenía muy claro que aquella era la única mujer en el mundo con la que deseaba compartir momentos como ese.

La observó. Había cogido peso durante los meses que llevaba de embarazo, pero aún así, le parecía que estaba más preciosa y radiante que nunca.

Suspiró.

Por fin había encontrado una estabilidad verdadera, junto al amor verdadero. Y sabía que aquello no cambiaría en muchísimo tiempo, tal vez jamás.

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