lunes, 15 de noviembre de 2010

Necesidad.

Le echo de menos...

Le echo tanto de menos que se me encoge el corazón cada vez que soy consciente de que no está.

Lo peor de este mundo es probar la miel en tus labios, saborearla, amarla... y que luego ya no esté.

La espera agónica de una llamada o un inocente zumbido en el messenger. Es algo cruel que te va matando lentamente.

Esto es como una montaña rusa: a ratos volamos muy alto y otra veces (muy pocas en realidad) nos dejamos caer en picado. Siempre para después volver a subir a toda velocidad.

Pero ahora le echo de menos. Intensamente.

Es difícil de explicar. Y me da miedo. Mucho miedo.

Es como una droga de efectos adictivos inmediatos. En cuanto la pruebas, quieres más y más y más y más... Y así continuamente.

Repito: me da miedo. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así, tan... intenso. Por eso me asusta.


Sé que es amor. Lo sé. Pero existen demasiados tipos de amor.

Este es ese tipo de amor que te quema por dentro pero cuya llama te esfuerzas por apagar. Y, sin embargo, ignorarlo es algo tan imposible como tocar el Sol sin abrasarte los dedos.

Es más que pasión. Va mucho más allá. Es algo que con el tiempo se va clavando cada vez más y más dentro de ti, sin que puedas evitarlo.

Amar es adorar a una persona con cada fibra de tu ser. Y si eres correspondido, es aún más hermoso, más bello. Para mí, amar es la comunión de los espíritus. La compenetración y adoración mutua de dos seres capaces de entrelazar sus pensamientos, sus deseos, sus sueños. Esa necesidad de compartir, de estar con esa persona, de sentirla a tu lado, de ansiar amarla...

Todo eso... ¿es amor? Lo es. Para mí lo es.

En fin... sigo pensando que el amor mueve el mundo.

O al menos mi mundo.

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