lunes, 22 de noviembre de 2010

Decisiones.

Las paredes se cerraban sin piedad sobre ella.

Caía el pesado techo poco a poco, acercándose cada vez más a su cabeza.

Se encogió sobre sí misma y abrazó sus rodillas. La humedad y el calor ambiental eran tales que sentía cómo poco a poco su respiración se hacía más dificultosa. Intentó pensar en la luz, en un desierto, seco, infinito. Pero era también asfixiante.

Miró a su alrededor y contempló cómo las cosas iban desapareciendo a su alredor. No explotaban ni se rompían, simplemente se desvanecían. La estantería, el escritorio, el armario... Todo se convertía en nada.

Deseaba gritar, pero su cuerpo no le respondía, ni mucho menos sus cuerdas vocales. Asustada, intentó por todos los medios moverse, desasirse de unas ataduras invisibles que mantenían sus miembros en posición extendida sobre la cama.

Ya no podía siquiera respirar. Sus ojos se nublaban, a pesar de que luchaba por conseguir ver algo. De repente se dio cuenta de que tampoco podía llorar. No podía pensar. Estaba en una especie de estado vegetal, semiconsciente de lo que estaba pasando.

Cuando vio la muerte cernirse sobre ella de manera implacable, no pudo evitar desear con las pocas fuerzas de voluntad que le quedaban, que le gustaría haber sido más feliz y sonreír aunque fuese sólo una vez al día, por muy terrible que este fuese.


Cuando despertó, sudaba copiosamente. Eran las 3 de la madrugada y la habitación estaba a oscuras. Rápidamente encendió la luz y vio que las paredes no se movían, que el ambiente, a pesar de estar un poco cargado, no era asfixiante y que el mobiliario no desaparecía de repente. Respiró, aliviada, y se destapó. Tenía mucho calor. Se levantó de la cama, encendió la luz de la mesilla de noche y se dirigió al baño para echarse agua en la cara y así aliviar su ardor corporal.

Cuando volvió a la habitación, se desnudó por completo. Decidió a partir de entonces dormir desnuda siempre. Al pensar en aquella terrible pesadilla que acababa de vivir, decidió también sonreír todos los días aunque fuese sólo una vez, reírse con ganas durante 10 segundos todos los días, levantarse a su hora siempre, dejar de perder el tiempo (ya que es algo irrecuperable), no pensar en lo que le depararía el día y, lo más importante, nunca cambiar su bondad, su dulzura, su imprevisibilidad, su inocencia, su amor, sus creencias, sus sueños, sus metas... Su forma de ser, al fin y al cabo.

Sería vulnerable, sí, pero es que así era ella. Era demasiado fácil hacerle daño, sí, pero es que no podía cambiar ahora aquella arrebatadora y embriagadora personalidad suya. Habría gente que le daría la espalda, sí, pero sería gente que entonces no merecía la pena.

Con estas ideas, se volvió a acostar en la cama, en posición fetal, abrazando su peluche.

Mañana empezaría un nuevo día. Cargado de sonrisas, despreocupaciones y felicidad. A partir de ahora, todos sus días serían así.

Con una sonrisa dibujada en los labios se volvió a dormir.

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