martes, 21 de septiembre de 2010

Soledad.


Hundida en un romanticismo que no me lleva a ninguna parte, veo una y otra vez la misma escena de la película de esta noche: Dirty Dancing. Llevaba demasiado tiempo sin verla, pero no esperaba que desatase en mí semejantes sentimientos. Nostalgia, envidia (una vez más), anhelo, soledad. Sobretodo soledad. Qué terrible.

Y digo yo…
Si sé que así es mejor,
¿por qué te echo tanto de menos?
Es ridículo,
pues no se puede echar de menos
algo que nunca se ha tenido.
Y es que yo quise tenerlo todo.
Todo y más.
Todo.
Pero es imposible.
Por intentar tenerlo todo,
lo perdí todo a la vez.
Y ahora echo de menos ese todo
que antes tenía,
que antes me llenaba,
que antes me hacía feliz.
Ahora me siento incompleta,
vacía .
Me miro y veo sólo telarañas,
sólo polvo y hojas secas,
sólo un viento violento azotando
los viejos y grises cabellos
de esta triste anciana.
¡Ah, absurda máscara corporal!
La edad se cuenta
en las canas que tiene
no el pelo, sino el alma.
En las veces que dijimos “te quiero”.
En las veces que tuvimos que despedirnos.
En las lágrimas que derramamos.
En la velocidad de los latidos de nuestro corazón.
Pum, pum.
Pum, pum.
Pum, pum.
¿A qué velocidad suena el tuyo?
Bella soledad de dulces rasgos
y afilados dedos como cuchillas,
llévame a donde sea,
a donde sea,
pero no me dejes hundirme
en este infinito océano de dudas
y de anhelos,
en esta neblina que no es sino nostalgia.
Rescátame de ti.
Hazme libre.
Concede a esta pobre prisionera tuya,
al menos la posibilidad de retomar
un camino.
Un sendero.
Hacia la vida.
Hacia el futuro.
Hacia nuevos horizontes,
nueva gente,
un nuevo amor,
una nueva felicidad,
más duradera.
Algo nuevo.
Desátame, oh, soledad.


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