domingo, 17 de abril de 2011

Boda... y demás.

Me encantan las bodas. No puedo evitarlo.

Sé que las estadísticas que reflejan el número de divorcios por ciudad y año son escandalosas. Y cada vez se incrementan más. Pero, para mí, una boda es algo mágico que sólo ocurre (o debería ocurrir) una vez en la vida y con una sóla persona. ¿Qué le voy a hacer? Soy una tremenda romántica.

Ayer, 16 de Abril, se casó una amiga con la que prácticamente he crecido porque era vecina de mi abuela (y yo de pequeña, prácticamente vivía en aquel bloque de pisos). Para mí es como una prima. La noche antes de la boda me costó muchísimo dormir, de los nervios que tenía por ver casarse a alguien tan cercano. Es algo que llevaba mucho tiempo sin hacer, la verdad. Cuando la ví entrar en la iglesia, del brazo de su padre, se me cogió un pellizco en el estómago. Iba tan guapa, de blanco, con aquel precioso ramo de rosas blancas y lirios violetas... Se me saltaron las lágrimas cuando me miró, llena de felicidad y algo nerviosa. Le sonreí, también nerviosamente.

Mi madre, a mi lado, la ha visto crecer, igual que yo. También se emocionó, y no sólo al principio, sino durante la mayor parte de la ceremonia. Pero exactamente igual que mi abuela y yo misma. Compartíamos un pañuelo entre las tres. Mi abuela. Sólo le queda ver casarse a un hijo de sus vecinos de toda la vida. Todos se han casado ya, y ahora también Marié (la novia). Era un evento importante para mí, ahora que estoy así. Tenía que superar varias pruebas y, además de ello, me emocionaba en extremo la idea de reunirme por primera vez desde la boda de mi padrino con todos los vecinos del bloque de mi abuela. Mi segunda casa durante la mayor parte de mi infancia.

Estaba la iglesia preciosa, los invitados allí presentes lucían impecables sus mejores galas, los padrinos impresionantes, los padres de los novios guapísimos, el cura que dio la ceremonia (uno de mis favoritos en el mundo entero) fue muy agradable... ¡En fin! ¿Qué puedo decir? Llevo conociendo y queriendo a la familia de la novia desde que tengo uso de razón y no podía evitar emocionarme cada vez que la veía sonreír. Verla casada me hace ver lo rápido que ha pasado el tiempo. ¿Cuánto quedará para que yo esté así también? Me pone muy nerviosa pensarlo. Tengo muy claro qué quiero hacer en los próximos cinco o seis años, pero ¿y después?

La ceremonia fue impresionantemente emotiva. Llena de significado para aquellos que comprendían y compartían la felicidad de los recién casados. Especialmente me hinché de llorar cuando mi primo Juan Luis recitó en una lectura las mismas palabras que aparecen en la película "Un paseo para recordar" cuando los protagonistas se casan. Son las palabras que deseo y ansío que sean recitadas en mi boda. También, cuando salieron los novios y les tiramos arroz, pétalos de rosas y los saludamos, por fin, me hizo muchísima ilusión. Cuando abracé a Marié, fue para mí como abrazar a una hermana mayor. Hay muchas cosas que siento por mucha gente y nunca se lo he dicho. Creo que con Marié me pasa eso. Pero a veces un gesto basta para decirlo todo.

La prueba más dura a superar, para mí, era la que se avecinaba cuando me tuviera que reencontrar con mi padrino, su esposa y mi precioso primo, después de más de 6 meses sin verlos a ninguno. La última vez que hablé con mi padrino y con su mujer, fue para decirles que no quería saber nada más de ellos. Pero por encima de todo lo que hayan hecho o no, está la felicidad de mi abuela. Y en un día tan especial, no iba a tratar mal a su propio hijo. Así que puse mi mejor sonrisa y, llegado el momento, me tragué todo mi orgullo, me acerqué y saludé a las dos personas que en Navidad de este año me asestaron el golpe mortal que luego me sirvió para aunar fuerzas y remontar el vuelo.

El niño estaba precioso. La última vez que lo había visto, había sido (sorprendentemente) en mi casa. Y digo "sorprendentemente" porque, a pesar de ser el nieto de mi abuela, casi nunca lo traen para que ella lo vea. Y tiene mi abuela que ir a Córdoba. No los soporto. No los aguanto. Pero debo decir, que sólo por mirar a mi abuela y ver su expresión de tranquilidad, mereció la pena hacer el papel de mi vida. Y, por fin, pude darle un beso a mi primo, casi un año después de que naciera, por fin lo he podido coger en brazos, abrazarlo, jugar con él, hacerlo reír, darle un beso... Cada vez que hacía cualquiera de estas cosas, mis sentimientos estaban a punto de desbordarse en forma de lágrimas de felicidad. Tantas veces había soñado con que mi padrino tuviera un hijo/a para yo quererlo y cuidarlo como un hermano y ser algún día su madrina... Ahora que tenía a ese niño tan bonito entre mis brazos, no podía evitar mirarlo y pensar en que lo que más me duele de todo es que sigo queriendo a mi tío, que además se parece a mi abuelo, y el niño a él. Parece un rasgo genético. Los tres tienen la misma boca preciosa, que también tiene mi madre y mi hermana Paula. Me encanta. Al ver a mi pequeño primo entre mis brazos, riéndose o jugando, no podía evitar pensar en que, seguramente, mi tío era igual cuando era pequeño. De hecho todos los vecinos del piso de mi abuela se lo dijeron. Son idénticos.

Mi mayor reto superado, al fin. De vez en cuando, me veía obligada a salir al baño o a la calle, para darle un par de caladas a un cigarro, calmar nervios y recordarme que todo era por hacer feliz a mi abuela. Estuve muy nerviosa hasta que se fueron, lo reconozco. Porque además tenía que hablar con la mujer de mi tío y no quiero que ella sepa nada de mi vida. Aún así, intenté evadir sus preguntas, que sé que eran por cumplir porque ella ni me quiere ni le importo para nada. Pero claro, sentadas una al lado de la otra, delante de tanta gente, delante de mi tío, mi madre, mi abuela, no podía decirle lo que pensaba de sus estúpidas y falsas preguntas.

Creo que la prueba ha sido superada con mérito. Fue un día muy feliz para mí. Lleno de reencuentros, cariño, amigos, familia, emociones... Ya me conocéis. No me quiero imaginar el día que yo me case. Será un verdadero show digno de ver, estoy segura. Además debo decir que me sentí genial conmigo misma. Saludaba a todo el mundo, llena de felicidad y cariño, y recibía lo mismo a cambio (excepto en el caso de mi padrino y su mujer, claro está). Y todo el mundo me decía que iba muy guapa, que estaba muy grande, que hay que ver que ya estaba estudiando una carrera... Supongo que impresiona ver crecer a una persona de esta manera. Si me pasó a mí con Marié, no me quiero imaginar la impresión que causó en ellos verme convertida en una mujer.

Estoy orgullosa. Y, a pesar de que necesito un pequeño descanso emocional para afrontar el papel que tuve que hacer y conseguir no sentirme falsa sino justa con mi abuela, creo que en breve estaré preparada para el siguiente asalto: la comunión de mi hermana Laura.

Ánimo y ¡al toro!

PD: no podía dejar esta entrada así, sin más, sin poner las dos fotos más importantes del día: con los recién casados y con mi pequeño. Y, ya que estamos, también con las dos personas más grandes del mundo mundial: mis padres. Soy muy muy muy feliz. Le pese a quien le pese.












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