domingo, 27 de mayo de 2012

Reflexiones de madrugada.

Tengo una noche (quiero decir una madrugada) muy tonta.

Me apetece enamorarme. Me apetece mucho tener a alguien que me lleve el desayuno a la cama o que, simplemente, se despierte a mi lado. Alguien que me de un beso de buenas noches y otro de buenos días. Alguien que esté ahí para darme un abrazo siempre que lo necesite, con quien no exista verdadera distancia. Que me abrace cuando esté como estoy ahora mismo. Que esté dispuesto a apoyarme para conseguir mis sueños.

Quiero enamorarme, no de nadie en concreto... Sólo de alguien que verdaderamente merezca la pena. Después de tantísimas frustraciones y decepciones, necesito alguien así. Que me llene.

Estoy viendo un capítulo de Anatomía de Grey después de haberme pasado más de 8 horas estudiando. Me pasa lo mismo que cuando veo Hospital Central. Quiero ser médica, trabajar en un hospital, con gente competente, con gente que me comprenda y trabaje mano a mano conmigo. Sé que ya es tarde para decidir estudiar Medicina, y más con cómo están las notas ahora mismo. No puede ser más absurdo y difícil. Sin embargo, me gustaría enamorarme de alguien que se pareciera a mí en el nivel intelectual y, a ser posible, en el nivel de preparación académica. Que trabajase en lo mismo que yo o estudiase lo mismo o algo parecido.

Hoy, ahora mismo, a las 5:28 de la madrugada, estoy segura de que todo el mundo necesita alguien a quien amar y que le ame. Que sea un sentimiento recíproco, cómplice, compartido. Todo el mundo, todas las personas necesitan eso. El ser humano es un ser social. Hay miles de maneras de amar y, sobretodo, hay mil maneras diferentes de ser. Pero estoy casi segura de que todos tenemos alguien que nos complementa, lo hayamos conocido o no. Yo no lo he conocido. Sin embargo, conozco a gente que es totalmente diferente a mí y que, sin embargo, me hace muy feliz con pequeños detalles que tiene para facilitar nuestra complementación, nuestra relación. Y yo hago lo mismo en esos casos. Una relación, sea del tipo que sea, es cosa de dos. Ambas partes tienen que poner lo que tengan, puedan y quieran. Lo que pasa normalmente es que, lo que una de las personas pone no es suficiente para la otra persona. Y ahí vienen los problemas. Las discusiones sobre quién está dando más. Y, al final, todo suele acabar mal. Se van acumulando  rencores que al principio no son importantes, pero después estallan y lo destrozan todo. Son cosas que pasan, que, de hecho, son muy frecuentes. Pero muchas otras veces todo sale bien.

Hoy, he decidido que no merece la pena vivir con el miedo a que te hagan daño, a no decir lo que piensas o sientes, a que te reprochen cosas que no has dado en una relación, a que te utilicen y destrocen el corazón... No merece la pena vivir, negándose al amor, cerrándose en banda ante cualquier sentimiento que suponga dar todo de ti o mostrar lo que sientes en cada segundo. Así, no se puede ser feliz. Es necesario superar ese miedo, aprender a afrontar las consecuencias que pueda acarrear ese riesgo. Hay que arriesgarse, dejarse llevar, sentir, sonreír, abrazar, besar... Son pequeños detalles que no cuestan nada y que deberíamos hacer día a día. Y yo estoy aprendiendo. Y me siento bastante más feliz. Quiero seguir así, entrenando esa parte de mí que, con el tiempo, he ido encerrando tras unos enormes muros. Sacarla, mostrarla, disfrutarla.

Hoy me apetece enamorarme, sentir esas mariposas en el estómago, ese vértigo... Me apetece que me besen ahora mismo, antes de ir a acostarme, que haya alguien más en la cama contra quien acurrucarme y que me abrace... Que me despierte mañana entre caricias. Que me haga más feliz todavía.

Por último, quiero dejar aquí las últimas palabras del capítulo de Anatomía de Grey que he estado viendo (es el 6 de la primera temporada). Ahí van:

Es mejor saber que preguntarse. Despertarse que dormir. Y fracasar es mejor que no haberlo intentado. (Benjamin Franklin)

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