domingo, 27 de marzo de 2011

Días raros...

Últimamente, reconozco que estoy bastante sensible. Lloro mucho, río demasiado, necesito dormir más horas de las necesarias... En fin, para variar, mi vida sigue al revés. Mi cabeza se pasa todo el día funcionando a toda velocidad y no puedo dejar de pensar, de recordar y de imaginar posibles situaciones en las que vería mi vida girar y recobrar algún tipo de sentido. Es todo demasiado raro. Siento que no soy yo misma. Creo que mi alma se está ahogando, pero no sé explicar por qué. Aún así, me siento muy triste, ya digo que lloro mucho.

Llevo casi toda la semana describiendo las escenas que pasan por mi mente. Esta es una de las pertenecientes al día de hoy:

Cuando llegué a la azotea, el viento sacudía mi pelo. Estábamos a una altura tan impresionante que me producía un poco de vértigo.

Él estaba esperándome apoyado en una barandilla. Su pelo estaba más largo de lo que yo podía recordar, pero seguía igual de rubio y liso que siempre. Me miraba, sonriendo. Y yo sentía cómo mi corazón se aceleraba. Decidí acercarme a él, así que comencé a caminar lentamente hasta llegar al lugar donde estaba.

- Hola –me saludó, dedicándome una media sonrisa que me dejó paralizada.

- H… Hola –fue todo lo que conseguí pronunciar.

Seguía mirándome atentamente, en algunos instantes de arriba abajo. Me ponía nerviosa, más de lo que ya lo estaba, claro. Estaba increíblemente atractivo. Noté enseguida que mis sentimientos hacia él no habían cambiado en absoluto, pero me aterrorizaba confesarlo. Tenía mucho miedo, pero no sabía exactamente de qué. ¿Quizá al rechazo, a que no saliera bien? Levanté la mirada para fijar mis ojos en aquellos iris verdeazulados tan increíbles que hacían que mi mundo girase.

- Estás preciosa –comentó él, sacándome de mi ensimismamiento y sin cambiar aquella maravillosa sonrisa.

- Gracias –respondí sonriendo a la vez.

- ¿Sabes por qué estás aquí? –me preguntó, observando el cielo plagado de estrellas.

- Tú me has llamado. Me has pedido que viniera y… supongo que es por lo que estoy aquí.

Y así era. Yo había gastado casi todos mis ahorros en llegar hasta allí. Había cruzado un océano que parecía infinito. Y había subido corriendo las escaleras de aquel edificio sólo para poder contemplar de nuevo aquella mirada. Sólo una vez más.

- Sí. Pero confieso que no tenía esperanza de que vinieras –me dijo honestamente. Lo miré interrogante-. Nos separaban miles de kilómetros y bastante dinero. Pero has venido. Gracias.

No dijo nada más y siguió observando las infinitas estrellas. Mientras tanto, yo estaba alucinando al comprobar que, después de recorrer toda esa distancia, sólo me estaba dando las gracias por haber hecho lo que él quería.

- Pero ¿se puede saber en qué estás pensando? ¿Por qué me has hecho venir? –inquirí totalmente indignada.

- Sólo quería verte –respondió con naturalidad.

- Cretino! ¿Sabes lo que me ha costado venir aquí? ¡Y aún no sé cómo voy a volver! Todo eso para que me vieras y me dieras las gracias por haber perdido mi tiempo y el poco dinero que tenía en venir al otro lado del mundo. ¿Quién te has creído? ¿Qué…?

Tuve que callarme cuando sentí sus brazos rodeándome para tratar que me tranquilizara. Su cuerpo era tan cálido que podía sentirlo a pesar de la ropa. En aquel momento deseaba golpearle, gritarle y decirle mil cosas horribles. Pero no podía. No podía porque de inmediato lo único que podía oír eran los alocados latidos de mi corazón. Y lo único que podía sentir eran sus brazos en torno a mí. Y lo único que podía oler era su pelo. Y así, mi rabia se fue apagando y me relajé.

Con cuidado, se separó un poco de mí. Acarició dulcemente mi mejilla y me habló:

- Te hice venir porque quería verte. Porque necesitaba verte. Porque me he dado cuenta de que si hay algo que realmente quiero ver todos los días, son tus ojos, tus labios, tu pelo, tú. Si tú no estás a mi lado no sé qué hago, no sé vivir. Todo pierde su color. No puedo vivir sin ti –hizo una pausa, mirándome intensamente-. Sé que soy insoportable, caprichoso y que nunca dejo de meter la pata contigo. Pero te prometo que voy a protegerte y que voy a intentar hacerte feliz para siempre. Sólo deseo que estés a mi lado, porque yo sé que sientes lo mismo por mí. A pesar del tiempo, de la distancia. Da igual. Lo puedo leer en tus ojos. Te quiero. No quiero ningún tipo de vida si no es a tu lado.

Estaba estupefacta. Jamás habría imaginado que me diría algo así. ¡Y mucho menos en aquella situación! Con el cielo lleno de estrellas, con el viento azotándonos el pelo, rodeados por las infinitas luces neoyorkinas. Agaché la cabeza, aturdida. Él me quería… Y al pensar en ello, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Parecía imposible, pero me seguía queriendo. Y esta vez yo no iba a dejar escapar la oportunidad de ser feliz. Porque yo tampoco quería una vida sin él. Porque despertarme sola me entristecía profundamente y siempre acababa buscándolo con la mirada. Porque yo sí que necesitaba ver sus ojos día tras día, escuchar sus palabras, sentir sus abrazos y dulces caricias… Porque yo estaba locamente enamorada de aquel chaval que se encontraba ante mí. Y ya no me importaba reconocerlo. Es más, recuerdo que sentía ansias de gritarlo al mundo. Con él, me sentía como una princesa. El resto del mundo me sobraba. Todo era perfecto. Yo simplemente era feliz. Me sentía llena, completa, libre. Era algo que jamás supe encontrar en ninguna otra persona. Era un sentimiento inexplicable, pero muy intenso y verdadero.

Levanté la mirada.

- ¿Sabes? –le pregunté sonriendo-. Me ocurre lo mismo. No quiero pasar un solo día más de mi vida sin ti. Tú me haces sentir especial. Tú me haces sentir bien conmigo misma y con el mundo. Cuando estoy contigo, nada más importa. Sólo tú y yo. Te amo. No tengo muy claro desde cuándo ni por qué. Pero no puedo vivir sin ti. No quiero vivir sin ti. Te necesito en mi vida para poder ser feliz.

Y, sin más, me tomó por la cintura, acercándome hasta él, y me dirigió una media sonrisa antes de besarme como hacía meses que yo ansiaba que lo hiciera. Es cierto que los besos de algunas bocas saben mejor que otros. Lo sé, lo he comprobado. Tenía la increíble sensación de estar elevándome del suelo, de que todo giraba muy deprisa a mi alrededor, de que estaba soñando. Pero le miré y fue suficiente para decidir empezar a vivir de nuevo. Tenía amor de nuevo en mi vida. Volvía a sentirme llena. Era hora de ser feliz, junto a él, por supuesto.


Y esta es mi historia, como suele decir una amiga mía.

Con el tiempo, estoy aprendiendo a estar sola. A veces duele, porque las heridas dejan cicatrices que siempre están ahí. Y los recuerdos son fantasmas muy traicioneros.

Sólo reconoceré que no puedo dejar de soñar con volver a sentir lo que me hacía sentir una de las personas más especiales de mi vida. La que más feliz me ha hecho y también la que más daño. Ya me da igual que no sea con esa persona, pero necesito volver a sentir eso que no sé explicar. Es horrible, pero creo que soy una adicta al amor. No puedo vivir sin él.

Aún así, una vez más, sobreviviré. Y seguiré inventando personajes e identificándome con otras historias para matar la mía propia.

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