Encendió unas velas. Colocó la esterilla sobre el frío suelo. Cerró la ventana y la puerta. Y se sentó.
Cerró los ojos. Respiró hondo. Fue cerrando su mente al frío de la habitación, a la voz atenuada procedente de la habitación contigua, al olor procedente de las velas. Comenzó a sentir que flotaba, alejándose de allí lentamente.
Poco después, consiguió desconectar su mente, dejar de pensar. Se limitaba a existir. Exploraba temas relevantes, profundizando hasta límites que jamás había imaginado.
Desconectar resultó fácil.
Más doloroso fue regresar a la insoportable realidad.
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