miércoles, 18 de agosto de 2010

La lluvia.


Me muero por hacer que el tiempo corra más deprisa y volverte a ver...


¡Ay! (Suspiro) Qué olor tan maravilloso el de la lluvia... ¡Cómo la echaba de menos! Desde ayer no me separo apenas de mi ventana para no dejar de disfrutar de ese frescor, de esa vitalidad, de esa melancolía y esa nostalgia que me provoca la lluvia. Da igual que sea lluvia de verano. Da igual que no haya tantos motivos para sentirse así de nostálgica o melancólica. Da igual. Disfruto de ella con cada respiración profunda que introduce ese dulce y a la vez amargo sabor de las gotitas de agua que caen del cielo de vez en cuando. Vuelvo a suspirar.

Y de repente recuerdo las tardes de lluvia junto al balcón de mi otra habitación, hace ya casi 10 años. Cómo pasa el tiempo. Recuerdo como leía algún libro de Harry Potter con Álex Ubago de fondo, acariciando con su voz mis oídos y mi alma. La fusión entre Álex y Harry era, por aquel entonces, mi prototipo de chico ideal. Tan dulce, tan valiente, tan romántico, tan aventurero. Era alguien perfecto, pero nunca llegó a tomar forma. Lástima, porque hubiese merecido la pena conocer a esa persona aunque sólo fuera en los desatados mundos que crea mi desbordada imaginación. De vez en cuando echaba un vistazo a través de la ventana, bajaba el volumen de la música y, poniendo un dedo entre las páginas del libro que estaba leyendo, cerraba los ojos y dejaba que el sonido de la lluvia se mezclase con la magia de las melodías de Álex y el magnífico mundo de Harry. Era genial. Era perfecto. Esos momentos están guardados en mi memoria como un tesoro magnífico, inigualable e irrepetible. Creo que ahí fue cuando comenzó mi pasión hacia los días de lluvia: cuando comencé a descubrir cómo disfrutar de ella en todo su esplendor. A menudo imaginaba historias que escribir, que ocurrían o comenzaban en un día de lluvia, frío, gris y algo triste. Pero nunca llegué a plasmarlas sobre un papel. No sé explicar por qué.

Otros días, me dejaba caer sobre la cama y ponía entonces música de Alejandro Sanz. De nuevo la misma sensación. Un aura de romanticismo, de magia, de nostalgia... Otra vez esa sensación de melancolía inexplicable. En aquellos momentos (no muy lejanos de los anteriormente relatados) los dedicaba a recordar, a almacenar recuerdos y ordenarlos de manera que jamás los olvidara. Así nunca olvidaré aquel día en el que conocí al que sería mi amor platónico para siempre. Recuerdo perfectamente cómo escuchaba en aquellos días la música de Alejandro inundando mis sentidos, evocando cada rasgo de su rostro, rememorando su voz, su forma de andar, su acento, su sonrisa. Me dejaba llevar por la imaginación y soñaba con hablarle algún día, con que él simplemente me mirara o con la posibilidad de que iniciáramos juntos la más bonita historia de amor jamás contada. Me preguntaba qué pensaría él sobre el amor, si sería romántico o más bien escéptico, si le gustaría la misma música que a mí, si nos parecíamos o éramos completamente distintos... Podía pasar horas dándole vueltas a la cabeza sin dejar de pensar en él, mirando por el cristal sobre el que se deslizaban las gotas de lluvia y escuchando a mi amado Alejandro.

La lluvia. ¡Ay, la lluvia! Qué hermoso fenómeno. Es a la vez relajante o frustrante. Es amiga y enemiga. Es destructora y romántica. Es para mí, pura inspiración. Es algo etéreo, fugaz o persistente. Mágica. Es puro sueño. Es el inicio y el final de miles de historias de todo tipo. Es soledad y a la vez fiel amiga y compañera de esos momentos tristes.

¿Qué son nuestras lágrimas sino gotas de lluvia que se deslizan desde las nubes que enturbian nuestra mente y nuestra alma? Porque los ojos dicen que son el espejo del alma. Por eso, cuando nuestra alma está mal, la máxima demostración del dolor es a través de los ojos, llorando. Nuestros ojos son dos pozos llenos de toda nuestra esencia. Mirar a alguien a los ojos es un grado de confianza que no siempre se respeta como se debería. Personalmente, no soporto mirar a los ojos a nadie durante más de 10 segundos o incluso menos. ¿Por qué?, os preguntaréis. Porque es algo así como ceder la entrada a mi alma, a mi esencia, a mi ser. Y es algo que no quiero permitir a nadie. No por nada, sino porque es algo muy personal, muy mío. Y quiero que siga así. Prefiero tener mis secretos y mis sentimientos cerrados bajo llave tras mi mirada.

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