martes, 10 de agosto de 2010

Siempre nos quedará Zenet... y las estrellas fugaces.


Lloraría si encontrara las lágrimas en mi interior. Pero no aparecen. No son suficiente para expresar tanto dolor. Me he arrancado voluntariamente un trozo de corazón y te lo he dado para que lo guardes para siempre en tu memoria. Sé que te he hecho daño, pero sólo quiero hacerte feliz. Ódiame, por favor. Hazlo para que al ver yo el odio en tu mirada, deje de amarte. Porque sé de sobra que esta decisión me va a doler de manera sobrehumana. Y a ti también.

El dolor no sólo es psicológico, sino que es ya también algo físico. Me duele el pecho, jadeo levemente. No dejo de recordar. No dejo de pensar. ¿Cómo he podido hacer esto, hacerte esto, hacerme esto, HACERNOS ESTO?. Siento mi corazón sangrando intensamente. Duele.

http://www.youtube.com/watch?v=7CdZlQsBUII

"Déjame esta noche soñar contigo..." Dos lágrimas. Pienso en largas horas mirando las estrellas. Recuerdo cada abrazo, cada beso, cada caricia... Revivo cada suspiro, cada palabra, cada sonrisa y cada lágrima.

Pero se ha acabado. Dos lágrimas más. Ya no hay más. No volveremos a caminar juntos por Córdoba como una pareja de enamorados. Ya no nos miraremos con complicidad ni nos sonreiremos. Algo en mi alma se rebela ante la idea de perderte, de dejarte volar así, sin más. Pero entonces llega la conciencia, la razón, y con firmeza recuerda e impone sus duros argumentos. Estos arrastran a la voluntad a hacer un esfuerzo incalculable y atar estos sentimientos en lo más recóndito de mi ser. Vuelve a doler.

Siento como si estuviera escribiendo mi carta de suicidio (en el ámbito emocional, obviamente) y firmándola con la sangre de mi corazón y el hielo del puño helado que lo aprieta sin piedad. Me hace incluso sentir náuseas. Ansío dar vuelta atrás, decirte que todo ha sido un terrible error. Quiero gritar, llorar, pegarme a mí misma por haber permitido que me pasare esto. Pero no puedo hacer nada de eso. ¡Maldita razón!

¿Por qué pides perdón, oh, amor mío? ¿Qué motivos tendrías tú para disculparte? Me has querido y por eso has sido siempre capaz de dejarme escapar y ser libre, a la vez que escogías tú otro camino. Te entrometiste en mi vida cientos de veces y, desde que lo hiciste la primera vez, permaneciste ahí, intocable, imborrable, inmortal. Para siempre. Te entrometiste cuando más te necesité y me hiciste la más feliz del mundo, cambiando lágrimas por sonrisas y tinieblas por deslumbrantes estrellas.

¿Sabías que en estos próximos días habrá estrellas fugaces? Deseaba verlas contigo, todas. Pero no podrá ser. Y, a pesar de que no las vea contigo, pensaré en ti. Sólo en ti.

Me siento como si estuviese sentada en el suelo, con los trocitos de tu corazón desparramados frente a mí. Intento repararlo, unirlos de nuevo, pero no soy capaz y sólo consigo llorar. Tomo un par de ellos e intento hacerlos encajar, pero no puedo. Entonces, doy un beso en la grieta que los separa y susurro entre lágrimas "Gracias por todo" y es entonces cuando aparece un trocito de mi corazón, moribundo ya. Se acerca a los tuyos y, en su último aliento, sólo dice "Te amo". Lo dice tan bajito que parece que estuviese contando un secreto muy importante, lo dice con tanta emoción que tu corazón se comienza a recomponer sólo y ahora intenta salvar al mío... Salvarlo de una muerte de la que ya no volverá.

Decir "Te amo" sé que no significa ya nada para un corazón destrozado. Lo sé. Pero quiero decirlo, y quiero gritarlo, porque todo esto lo hago porque te amo demasiado, porque te mereces ser feliz, porque quiero verte sonreír, porque sí, porque te quiero con locura.

¿Y me dices que no es un "Adiós"? ¿Qué es, pues? Yo sé que tampoco es un "Hasta pronto". ¿Qué voy a hacer sin ti, sin verte, sin hablarnos, sin querernos, sin compartir momentos especiales, mágicos e íntimos? ¿Qué hago yo ahora para olvidarte?

Te lo suplico: ódiame. Ódiame. Ódiame. Pónmelo más fácil, por favor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario