miércoles, 28 de septiembre de 2011

Se fue.

Me acerqué hasta él. Después de varios meses sin vernos, su pelo rubio estaba algo más largo y, como siempre, despeinado. Rocé su mano con mis temblorosos dedos y él, cerrando los ojos se dejó llevar por aquella leve caricia. Fui subiendo mi mano lentamente por su brazo hasta llegar a su cuello donde la dejé posada. Entonces, él abrió los ojos y sus increíbles iris verdes me atravesaron el corazón. Me acarició la mejilla suavemente y aproximó su cara hasta la mía. Nuestras narices se rozaban, nuestras respiraciones se sentían sobre nuestros labios. Bebíamos del mismo aire, respirábamos el mismo deseo, escuchábamos nuestros corazones latiendo tan fuerte que parecían que querían salirse de nuestros cuerpos y fundirse en uno solo. Sentí como si mis pies dejaran de tocar el suelo, como si me elevara hasta lo más alto, girando sin parar. Cerré mis ojos y me dejé llevar, pero cuando apenas rocé sus labios, él desapareció. Se desvaneció en el aire, dejándome con una enorme sensación de vacío.

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