viernes, 26 de agosto de 2011

La visita.

Estábamos en la estación de Santa Justa, en Sevilla, mi madre, mi padre y yo. Había poca gente y todos estaban hablando por teléfono u ocupados en trasladar sus maletas. Acabábamos de entrar al recinto cuando vislumbré un par de figuras conocidas más allá, sentadas en los metálicos asientos. No llevaba gafas y aparecían difuminadas ante mí. Continuamos andando, aproximándonos lentamente hasta aquellas personas. Se me aceleró el corazón al ver una cabeza coronada por pelo corto, levemente rizado y blanco. Inmediatamente, la lógica y la razón se impusieron, tranquilizando los acelerados latidos de mi corazón al recordarme que ella ya no estaba aquí, entre nosotros. Respiré hondo.

Mi tranquilidad duró poco, pues allí estaba ella, sentada ante mí. Rodeada a ambos lados por su hermana pequeña y su cuñado. Nuevamente se me aceleró el corazón y comencé a respirar agitadamente. Era imposible, pero se encontraba vestida con una camisa de color gris claro y una falda oscura, portando un bolso sencillo, grande y de esparto. Sus gafas eran las de siempre. y me sonreía tiernamente desde su posición.

Yo no podía reaccionar. Mis músculos no me respondían. Imagino la cara de sorpresa, inseguridad, fascinación que debía tener en aquel instante.

Ella hizo un gesto a su hermana y su cuñado para que se fueran, y después miró a mi madre, que tenía los ojos llenos de lágrimas y, sonriéndole, le pidió que nos dejara solas.

Cuando miré a ambos lados, la estación estaba vacía excepto por tres o cuatro personas que caminaban sin cesar y se movían como si nosotras fuéramos invisibles. Mi familia se había ido. Había desaparecido.

Al encontrarme sola, decidí acercarme hasta ella para comprobar que aquello que estaba presenciando era mínimamente real. Al llegar hasta ella, ambas en silencio, le toqué levemente una rodilla. Podía tocarla perfectamente. Era increíble. Sentí cómo las lágrimas se derramaban de mis ojos a borbotones. No podía articular palabra de la impresión tan intensa que estaba sintiendo. Me eché en su regazo y seguí llorando desconsoladamente de la emoción durante no sé cuánto tiempo. Ella sólo me acariciaba el pelo dulcemente y permanecía en silencio. Sólo se oían mis ahogados sollozos.

Cuando me sentí lo suficientemente desahogada, levanté la mirada hasta sus ojos. Ella sonreía con un poco de pena, pero por fin habló:

- Mi niña... Mi niña preciosa. Cuéntamelo todo. Ven aquí, conmigo. Cuéntame qué te pasa.

Al oír su voz no pude evitar dejar fluir otro río de lágrimas que desbordó mis ojos enrojecidos. Me sequé los ojos como pude y me senté a su vera. Tras respirar hondo tres o cuatro veces, decidí por dónde empezar a contarle las cosas, y lo hice. No sé cuánto tiempo estuve contándole toda mi vida en los últimos cuatro años, pero fue mucho. Ella solamente me miraba impasible, muy seria. a veces mostraba un pequeño atisbo de pena, de compasión o de felicidad (y esbozaba una pequeña sonrisa que yo acogía como el calor de una hoguera en una noche de invierno).

Cuando terminé mi larguísimo relato, ella me abrazó durante un buen rato y yo correspondí encantada a aquel abrazo con el que había soñado tantas veces en los últimos cuatro años. Entonces, ella me habló de nuevo.

- Adela María, te has convertido en una mujer. y no una mujer cualquiera. Estás hecha toda una tía hecha y derecha. Has cambiado mucho, y sé que te asusta, pero seguirás cambiando. Y, en lugar de asustarte, debes estar muy feliz. Todo va a salir bien, mientras tú sigas así, estando ahí para ayudar. Mírate. Incluso llorando, que te pones muy fea, estás muy guapa. Adela María, tienes que ser muy fuerte. Porque tú puedes serlo. Has hecho grandes cosas y sabes que puedes hacer todavía más y que lo harás muy bien. Paula se pondrá bien y recuperarás a la hermana que creías perdida. Laura se convertirá en una niña modelo, muy parecida a ti, pero algo más inquieta, como Paula. Tu padre es un poco... difícil de llevar, pero es uno de los mejores hombres que he conocido jamás. Tu madre debe ser la luz que te guíe cuando te encuentres en la oscuridad y es increíble, aunque a veces debes recordárselo. Y tu abuela... - se le saltaron las lágrimas y sacó un pañuelo para secárselas-. Es la mejor mujer que he conocido jamás. Es un modelo a seguir en la vida: fuerte, perseverante, sensible, comprensiva, muy cabezona, eso sí, pero al fin y al cabo, una grandísima mujer. Sigue también sus pasos. Quiérela. Sabemos que la vida no es eterna y por eso debemos amar a los nuestros mientras podamos. Adela María, eres maravillosa. No pierdas la fé, rézale a la Virgen de la Salud, cree en ti y en los tuyos. Esto se superará. Ya habéis pasado mucho con todo lo que ha pasado. Pero, ojo, no pienses que, una vez superado esto, todo será un camino de rosas. Al revés: la vida seguirá poniéndote a prueba. Pero yo confío en ti. Todos confiamos en ti. No nos puedes defraudar y, con el corazón que tienes, estoy segura de que no lo harás.

Me quedé sin palabras, sólo sentía las lágrimas deslizándose por mis mejillas, una detrás de otra. La abracé de nuevo, deseando que aquel momento no terminara nunca. Quería decirle tantísimas cosas que no sabía por donde empezar, por lo tanto, hice todo lo posible por expresarlas todas en aquel abrazo.

Poco a poco, me fue despegando de ella, me miró triste y me dio un beso en la mejilla. Sentí su lágrima sobre mi piel, pero cuando nos separamos, ella sonreía. Me levanté y acaricié su blanco pelo. Me acerqué para darle otro abrazo y olí su perfume. Olía tan bien... Traía tantos recuerdos...

De repente, la estación comenzó a alargarse, separándome cada vez más de mi tía, que continuaba sentada en su asiento. Yo trataba de correr hacia ella, pero no me movía de mi sitio por mucho que acelerara el ritmo. Ella me lanzó un último beso con la mano y de repente, todo se volvió negro a mi alrededor.

Cuando me levanté, sentí una sensación de tristeza y esperanza que me confundía enormemente, pero sonreí y le di gracias silenciosamente por haberme visitado. Hacía muchísimo tiempo que no lo hacía.

1 comentario:

  1. No puedo contener las lagrimas.
    Eres grande, muy grande ysigues creciendo, mira siempre adelante y no pierdas el rumbo.
    Te quiero, te quiero muchísimo

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