martes, 2 de agosto de 2011

Portos I

Estaba histérica de los nervios.

Las manos me sudaban mientras andaba apresurada por la acera. Llegaba cinco minutos tarde. ¿Era aquello una cita? ¡Maldita sea! No tenía ni idea, pero allí estaba, caminando rápidamente hasta el lugar de encuentro. Al doblar la esquina lo vi apoyado contra la pared, tarareando alguna canción. Llevaba unos vaqueros que le quedaban algo anchos, una camiseta beige y unas deportivas del mismo color que la camiseta.
Respiré hondo para tranquilizarme y anduve hasta donde él se encontraba. Poco antes de alcanzarlo, me vio y sonrió amablemente. Al llegar hasta allí, se acercó a darme dos besos como saludo.

- ¡Hola!

- Hola –contesté con la respiración entrecortada. Cuando se había acercado a darme los dos besos no había podido dejar de notar que olía muy bien- ¿Qué tal estás?

Tras pronunciar aquellas palabras me sentí enormemente estúpida. ¿Qué clase de pregunta era aquella? Aunque nos conocíamos desde hacía más de cinco años, nunca habíamos tenido ningún tipo de relación, ni siquiera amistosa. Todo aquello era muy extraño, imprevisible y, sobre todo, repentino.

Sin embargo, el amplió su sonrisa.

- No me puedo quejar, la verdad. ¿Quieres que vayamos a algún sitio en especial?

Me quedé paralizada al comprobar lo cerca que estaba de mí. Era como un imán. No podía pensar en otra cosa que no fuera su voz, sus ojos, su sonrisa…

-Eh… -murmuré cuando al fin pude reaccionar. Miré al cielo nocturno y sonreí antes de contestarle- . Me gustaría ir a cualquier lugar desde el que se puedan observar las estrellas. Hoy la noche es muy despejada y bonita.

- De acuerdo. Ya sé dónde podemos ir.

Y me guiñó un ojo.

Acto seguido me invitó a subir en su coche y luego se subió él. No sabía qué decir. Estaba muy nerviosa. Era consciente de que era una estupidez estar nerviosa o pensar en la más mínima posibilidad de que aquella noche surgiera algo más que una cortés y fría amistad. A pesar de ello, no se me ocurría de qué podía hablar con aquel chaval que me resultaba tan atractivo. Él tampoco dijo nada, así que hicimos el camino en silencio.

Se detuvo en un campo abandonado, poblado de enormes rocas. Aquello parecía una antigua cantera. Desde allí se veía la ciudad y sus luces naranjas, pero la visión del cielo era maravillosa. Miles de millones de pequeñas lucecitas poblaban un fondo teñido de azul oscuro. Bajé del coche casi inconscientemente mientras observaba ensimismada el panorama que se extendía sobre mí.

Me sobresaltó sentir una presencia junto a mí. Era él, que se había aproximado hasta donde yo me encontraba y miraba también el cielo.

- Es precioso –dijo sin más.

- Sí… -contesté-. Bueno, ya puedes contarme de qué querías hablar conmigo.

Él me miró entre sorprendido y divertido. No se esperaba que yo fuera al grano. Me indicó que me sentara en una piedra enorme, junto a él. Tras echar otro vistazo a las infinitas estrellas, su semblante se puso muy serio y comenzó a hablar.

- Sé que nunca nos hemos llevado bien. A veces por culpa tuya, otras veces por culpa mía, da igual. Siempre acabamos peleando. Sin embargo… Ahora que me he ido fuer a estudiar y he conocido mucha gente nueva, me he dado cuenta. Es algo increíble. Mira, conocí en primero a una chica de mi carrera. Le encantaba cantar y no lo hacía nada mal. Y no sé muy bien por qué, pero cuando un día estábamos con más gente y ella cantaba una canción, me recordó a ti. Supuse que no era nada y aparté aquella idea de mi cabeza, pero no dejaba de pensar en ti. Fue muy extraño. Este año he conocido otra chica, mayor que nosotros. Es muy madura, decidida, inteligente, segura de sí misma ante los ojos de los demás. Pero por dentro es una persona extremadamente sensible, consciente, frágil, pura, dulce… Desde la primera conversación que tuve con ella, no te he podido sacar de mi cabeza. Y ella me lo dijo hace poco: “Te recuerdo mucho a una persona especial en tu vida. Pero no has sido capaz de percibirla nunca como hasta ahora. ¿Verdad?”. Y ella tenía razón, como casi siempre –se quedó en silencio. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Aquello no podía ser real-. Mira, yo sé que todo esto es muy raro, pero nunca he podido conocerte, y ahora quiero hacerlo.

Medité bien mi respuesta.

-Sí que has podido hacerlo. Pero no has querido hacerlo nunca hasta ahora. ¿Por qué ahora?

- Ya lo sé. Yo soy el primero que no me puedo creer que esté haciendo esto y mucho menos ahora, después de tantos años. No sé explicarte porqué ahora. Quizás he madurado o he abierto los ojos. No tengo ni idea. Pero quiero hacerlo. Necesito que me des una oportunidad.

No sabía qué hacer. Aquello era todo muy raro. Necesitaba tiempo para asimilarlo, para comprenderlo o buscarle alguna explicación, para poder decidir qué hacer. Ya habían jugado conmigo muchas cosas y sabía que tenía mucho que perder, por ejemplo, mi estabilidad emocional.

- Necesito pensarlo. Necesito tiempo.

- Lo entiendo –contestó él, atravesándome con su intensa mirada y cogiéndome la mano-. Nos sobra tiempo. No tengas prisa.

- De acuerdo –respondí algo más tranquila. Sentía mi corazón latiendo a toda velocidad. Mi mente funcionaba explotando al máximo su rendimiento. Corría el riesgo de caer en la tentación que suponía el estar con él, tan cerca después de tanto tiempo soñando con ello-. ¿Puedes llevarme a casa?

- Claro.

Y, levantándose, me tendió la mano para ayudarme a bajar de la piedra. Cuando lo hice, nos quedamos tan cerca el uno del otro, que podía sentir su respiración sobre mi frente. Sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo, me abrazó. No con ansia, ni con deseo, ni con fuerza… sino con ternura. Suavemente. Me dejé abrazar por aquel chico que tras tantos años, hoy me sorprendía enormemente y dejaba volar su corazón para llegar hasta mí.

Me apartó lentamente y, tras dirigirme una media sonrisa, se dirigió hacia el coche para llevarme de vuelta a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario