miércoles, 3 de agosto de 2011

Me siento bien.

Sentada junto al balcón, dejando que la suave brisa de verano acaricie mi pelo, leo distraídamente el tercer libro de la pentalogía de Ramsés.

Las cosas estan mejorando. Todo está en calma. Sigo teniendo algunas de las cosas de antes, pero ahora por lo menos las controlo mejor. ¿Lo peor de este asunto? Las idas y venidas a Córdoba y, sobre todo, el aspecto farmacológico, que está acabando conmigo, a la vez que es de las únicas cosas que me ayudan a sobrevivir día tras día.

Está siendo difícil, muy difícil asumir los acontecimientos, las emociones, las verdades... la realidad. Pero, poco a poco, estoy comprobando que se puede lograr. Jamás pensé que sería tan fácil anular recuerdos, pero todavía me asaltan de vez en cuando imágenes efímeras que se me clavan como puñales. En fin, será cuestión de tiempo.

A pesar de todo lo mal que podrían pintar las cosas y mi situación en apariencia, me siento en paz. Al fin en paz. Centrada en lo que tengo que estarlo, cumpliendo con lo que tengo que cumplir, evitando dolor, incertidumbre y nerviosismos innecesarios. Simplemente me siento feliz. Y es una sensación extraña. Porque, aunque todo va medianamente bien y me he estabilizado, tengo miedo de que esto se acabe pronto. Pues mi felicidad no suele durar demasiado.

Sin embargo, cada día que pasa (y ya estamos en Agosto, ¡qué mal!), me siento más y más fuerte para seguir, para vivir, para continuar, para poder caminar adelante sin pensar en nada más que en mí y en los míos. Necesito esto. No me quiero ir. Me aterra todo lo que pueda pasarme lejos de este refugio. Pero, por una vez en mucho tiempo, estoy totalmente dispuesta a correr todos los riesgos que sean necesarios.

Me siento orgullosa. Me siento libre. Me siento bien.

Y con eso basta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario