martes, 28 de diciembre de 2010

Historias. I.

Hacía frío fuera.

La sensación al entrar en casa era bien distinta: una oleada de calor te envolvía suavemente. Nada más entrar, la luz se encendió automáticamente al detectar a los dos cuerpos que acababan de cruzar el umbral de la puerta de entrada. Heileen, por una vez, no sonreía. Estaba preocupada. Oscuras y sombrías dudas acechaban su alma y se apoderaban de su corazón. Miró a su acompañante, un chico alto, con el pelo algo largo, rubio y siempre revuelto. Tenía los ojos de un tono verdeazulado tan profundo como el mar, en los que a veces se distinguían destellos de infinita inteligencia o de ilusión o de cariño, pero normalmente era un chico algo raro. Ese halo de misterio y seriedad impenetrables que lo envolvían, hacían de él un joven cuanto menos interesante. Su nombre era Ahlaex y había sido durante largos años el mejor amigo y confidente de Heileen. Ésta se estaba desembarazando del pesado abrigo que la había preotegido del cruel frío exterior, cuando sintió a Ahlaex observándola.

- ¿Qué ocurre? -preguntó, descubriendo la mirada habitualmente seria de su amigo.

- Nada. Es sólo que te noto cambiada -contestó él sin concederle más importancia, mientras se acomodaba en un amplio sofá frente al cual encendió con sólo un chasquido de sus dedos, una antigua chimenea.

Heileen solía tener cierta debilidad por los artilugios rústicos o antiguos. Decía a menudo que eran objetos o señales llenas de mil historias que no habían sido jamás escritas, que había que saber ver, interpretar, escuchar. Resultaba fascinante ver cómo podía pasarse horas observando un antiguo mapamundi del siglo XIV o una maqueta de algún buque de guerra inglés de hacía más de dos siglos. También ella era una chica algo particular. Quizá por eso entre ellos las palabras sobraban y se entendían sólo con miradas. Sin embargo, siempre habían conseguido ser sólo amigos. Ella era atractiva, la verdad. Tenía un cuerpo bien formado, el pelo rubio oscuro (casi castaño) le solía caer como una melena sobre los hombros. y sus ojos eran soñadores, siempre soñadores y de un tono almendrado que resultaba de alguna forma mágico. Era bonita a su manera, sí. Pero precisamente era eso lo que la hacía tan inalcanzable como el Sol.

La joven se acomodó junto a Ahlaex en el sofá. Después, algo nerviosa pero sin despegar su mirada de los bellos ojos de él, dijo:

- Estoy lista.

- Bien -contestó él sin cambiar ni un ápice su expresión.

Y, acto seguido, él tomó sus manos y acarició su frente. En pocos segundos, la chica se dejaba caer sobre sus piernas, aparentemente dormida. Acababa de traspasar la frontera entre lo material y lo inmaterial. Estaba a punto de enfrentarse a todo aquello que estaba sacudiendo su vida en el plano inmaterial desde hacía ya meses. Tendría que luchar contra los sentimientos, las emociones, las impresiones; y tendría también que tomar decisiones, algunas muy duras, para poder seguir su camino correcto. Aquel que la brújula le había señalado.

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