viernes, 28 de octubre de 2011

NO soy una marioneta.

Era una rebelde.

Nunca le habían gustado las normas. Odiaba que la manipularan, controlaran u observaran. Necesitaba la libertad tanto como el aire para respirar. No se dejaba llevar prácticamente nunca por lo que pensaran los demás, por cómo la miraran.

Prefería ser dueña de cada paso que daba, de cada sonrisa que esbozaba, de cada lágrima que derramaba, de cada palabra que escapaba entre sus labios...

El hecho de que la agobiaran o le dijeran lo que tenía que hacer, la exasperaba. A menudo, trataba de seguir medianamente las normas, de cumplir con lo que la gente que le importaba esperaba de ella. Pero todo tiene un límite. Sobretodo su paciencia. Especialmente su paciencia, que destacaba por su ausencia.

En aquellos momentos, hubiera pagado por tener algo que destrozar, por poder gritar de rabia y de frustración, por poder desahogarse aunque fuera un poco más. Pero no podía ser. Así que, se tiró en la cama a escuchar música de rock alternativo, a todo volumen a través de sus auriculares.

"Que le den al mundo". Ella no era ninguna inconsciente ni ninguna niñata inmadura que no sabía lo que hacía. Es más: si era tan mayor para algunas cosas, también lo era para otras (entre ellas decidir a qué hora volver a casa siempre y cuando avisara antes). Cometía errores, cierto, y muchos, también. Pero aprendía de todos y cada uno de ellos, de eso no cabía duda.

No había derecho a que, en aquellos momentos, ella se tuviera que sentir como una inútil marioneta que, sin voluntad propia, baila al son que le mandan otras manos.

La frustración inundaba cada célula de su cuerpo y lo sentía a punto de estallar...

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