domingo, 1 de abril de 2012

El hundimiento del Titanic.

Mi vida se ha vuelto totalmente surrealista.

Me siento muda, porque nadie me escucha. Me siento ciega, porque según parece no veo nada. Me siento sorda, porque me dicen las cosas y parece que no me entero de nada.

Estoy harta. Estoy harta de sentirme continuamente cuestionada. Estoy harta de que me tomen el pelo. Estoy harta de sentirme infravalorada, de que duden de mí, de que sigan intentando hacerme daño. Pero, ¿por qué? ¿Por qué demonios no me pueden dejar en paz?

Ya hasta mi pareja me cuestiona y me toma por imbécil. Es increíble. Ya ni siquiera él me escucha ni me valora.

Lo único que me queda ya es agradecer a mi madre o a mi hermana que me den un abrazo y me recuerden QUE YO NO SOY EL PROBLEMA.

No puedo evitar que me duela, porque equivocarse duele, especialmente las consecuencias que conlleva. No quiero caerme. Me niego. También estoy harta de eso.

He llegado a la conclusión de que debo de tener cara de imbécil o algo, porque sino es que no me lo explico.

Es increíble como pueden hacerte sentir tan poquita cosa, tan pequeña, tan idiota, tan... subnormal. Alucino.

Pero se equivocan: YO NO SOY ASÍ. Es más: LO SÉ.

Estas son las últimas lágrimas que derramo en lo que queda de vacaciones. No vale hacer daño porque sí. No vale echar en cara a los demás decisiones que ha tomado uno mismo. No vale atacar en lugar de defenderse. No vale. Así no va esto.

Pero, joder. Me duele. Mi relación se va a la mierda. Mis ilusiones se destrozan. Sólo se me ocurre compararlo con el hundimiento del Titanic. Sólo que lo que allí eran personas, en mi caso eran esperanzas e ilusiones. Me veo a punto de romperme, aunque ya digo que me niego. Pero eso no hace que duela menos.

Una vez más creí, confié y fallé. Y aquí estoy, sentada en el suelo. Fuí yo contra el mundo. A lo mejor, el rival veía lo que yo no. No lo sé... Ya no sé nada.

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